La niña de A. C.

        A. C. es escritor. Su ficha dice también que es psicólogo y periodista; que lleva toda su vida inmerso en el estudio de las tradiciones sobrenaturales de los aztecas e intentando juntar esta información, que para él debe ser certera, con la psicología standard o académica. Ha colaborado habitualmente con revistas esotéricas y científicas –aunque de todo debe haber por ahí, incluído revistas esoterico-científicas, imagino que en este caso se refieran a revistas esotéricas y revistas científicas, así, por separado- y ha publicado más de cincuenta libros. “Curar con las manos (guía práctica)”, por ejemplo, o: “Flores de Bah, una terapia de las emociones”, o: “Comprender y usar los sueños: respuestas clave y diccionario de interpretación”. Decir que sus libros se venden como churros sería quizás una exageración. Sin embargo, el cómputo de los beneficios de su trabajo le permite llevar una vida desahogada entre España y su natal México.

Hasta aquí lo que tengo que contar sobre A.C., hasta aquí estas referencias a las que nunca habría llegado de no ser por una noticia que recaló un día entre otros cables voceados en los medios noticiosos.

O quizás falte un último dato, A.C. tiene una hija. Una hija que nació en 1979, también en México, aunque la mayor parte de su vida la ha pasado en Europa donde adquirió la ciudadanía española. Cuando nació, su padre le debe haber regalado unos colgantes con las piedras más preciosas que se pudo permitir. Sin dudas fue una niña hermosa, dulce, el orgullo de sus padres, tan inteligente, tan pequeña, con tantas ganas de aprenderlo todo, desde comer correctamente un helado hasta manipular el tenedor, el cuchillo.

Ella no se hizo escritora ni psicóloga ni periodista y quizás para A.C. supuso una leve decepción, leve y superada cuando pensó en lo que el mismo pregonaba en sus escritos, cosas que incluían palabras como alma, recóndito, interior. Aventurándonos en más supuestos, diremos que quizás su padre  le enseñara a nombrar cosas, palabras que al crecer no podía recordar ni siquiera de manera vaga, pero que de niña repetía constantemente porque ella sabía que a él le hacía especial ilusión escucharlas: teotl, tlajtolli, toltekayotl, kauitl…

Ella no se hizo escritora ni psicóloga ni periodista. Más bien el último trabajo que se le conocía era en una heladería de su propiedad, esa donde días un día la policía encontró los cadáveres de dos hombres descuartizados y ocultos bajo cemento. De cómo terminó viviendo en Austria y abriendo allí una heladería –desde mi desconocimiento: no me parece el mejor de los sitio para abrir una heladaría- es algo que desconozco, que ni siquiera me interesa recrear.

La heladera, la hija de A.C., confesó los dos asesinatos. La detuvieron en la estación de trenes de Udine, en la región de Friuli Venezia Giulia, Italia. La policía italiana informó que aunque les habían reportado desde Austria que era una ciudadana española, en el pasaporte constaba México como lugar de nacimiento. Un policía dijo además, a través de su cuenta de twitter, que la reclusa pasa gran parte del tiempo repitiendo una letanía, algo así como: teotl, tlajtolli, toltekayotl, kauitl, machilistli, tlatsotsonalli, xochikuikatl, tokaitl...


Don DeLillo: Submundo

Traducido por Yomar Glez
Tomado de www.nytimes.com


Por Michiko Kakutani

Una década después de los sucesos del 11 de septiembre, vale la pena releer la excelente novela de Don de Lillo "Submundo" para apreciar cómo en ella el autor logra capturar la extrañeza surreal de la vida en la segunda mitad del siglo 20 y consigue a su vez anticipar el hundimiento de Estados Unidos en la ola del terror y en la exigencias propias del nuevo milenio.

La novela –la portada original llevaba una imagen de las Torres Gemelas rodeadas de niebla y amenazando una pequeña iglesia- se centra en los años de la guerra fría. Pero su retrato de la vida bajo la sombra de una bomba atómica -esa cosa "que han traído" al mundo y que "omnibula la mente"- es inmediatamente transpolable. Como hizo tan astutamente en las novelas anteriores, DeLillo describe una América esclava de la celebridad, la tecnología y los medios de comunicación, un país afectado por la paranoia y la confusión, un país en el que no hay límites para el poder del dinero, y "la violencia es más fácil ahora, está desarraigada, fuera de control, sin medida".

A pesar de que "Submundo" gira entorno a las experiencias de Nick Shay -un personaje que comparte la infancia en el Bronx y la educación católica del escritor-, desarrolla  un retrato panorámico de Estados Unidos a través de las vidas entrecruzadas de decenas de personajes, famosos y oscuros: aficionados al béisbol y fanáticos de las conspiraciones, buscavidas, timadores, empresarios, científicos y artistas. La novela se mueve desde las calles de Nueva York a los suburbios y al desierto de Nuevo México, saltando atrás y adelante e incluyendo un espacio temporal que abarca desde los años cincuenta hasta los noventa; de modo que logra sugerirnos cómo las vidas privadas y los sucesos públicos, lo personal y lo colectivo, pueden converger con fuerza explosiva.

Los lectores que se sientan intimidados por las más de 800 páginas de la novela, prueben al menos leer el prólogo: una impresionante pieza de aproximadamente 50 páginas donde se relata la experiencia de 35 000 personas viendo el famoso partido de béisbol del 3 de octubre de 1951, cuando los Gigantes vencieron a los Dodgers y ganaron el título de las Grandes Ligas -un juego que se celebró el mismo día en que la Unión Soviética detonaba su bomba atómica y que marcaba un nuevo giro letal de la guerra fría. Este prólogo es una valiente muestra de los poderes literarios de DeLillo y logra por sí sólo impulsar al lector hacia el resto de esta novela deslumbrante y clarividente.

Artículo original en inglés Aquí.

Richard Ford: Canadá

    Tengo un problema con Richard Ford: sigue siendo uno de mis tres o cuatro escritores contemporáneos favoritos. Compre Canadá el día nueve de marzo y el 12 ya lo había terminado. Uno de esos libros que uno querría que siguieran eternamente, seguir y seguir con la prosa segura y esa manera tan especial de contar grandes asuntos como si no pasara nada.
    Los personajes de Ford son gente normal, si es que la gente normal existe. Excepto en algunos relatos donde se puede encontrar algún profesor o escritor, podrían ser tus vecinos o alguien a quien conoces, con sus peculiaridades, brillos y pobrezas. La trilogía que incluye “El periodista deportivo”, “El día de la Independencia y “Acción de gracias”, está repleta de antihéroes y sus actos, y de infinitas y muy complejas relaciones familiares. “Incendios” y “Canadá” ahondan en esas relaciones familiares, se puede decir que son el centro argumental de las novelas, incluso más que en la trilogía.
    Canadá se divide en dos partes -realmente tres, pero la tercera tiene apenas 20 o treinta paginas y se las podía haber ahorrado-, la primera donde relata la vida familiar en   Great Falls, las ansias preadolescentes de Nick y su hermana melliza Berner, los hechos que llevan a Bev, padre de ambos, licenciado de la fuerza aérea, a pensar que atracar un banco puede llegar a ser una buena idea y a permitir que su esposa se enrolara en ello. (No tema, nada de esto es eso que ahora llaman spoiler, de hecho, el propio autor lo revela en la primera página y, además, eso no es lo importante.) La segunda parte, una vez separada la familia, narra las vicisitudes de Nick en una población canadiense adonde va a parar gracias a la planeada intervención de su madre. Nick crece de prisa y sabe que se enfrenta al mundo solo, con ayudas y traspiés, con traiciones y fidelidades, solo ante un mundo trastocado y ante sí mimo, transformado y fortalecido, fiel a unas pocas cosas y desinteresado por cuestiones que hasta hace muy poco parecían trascendentales e inviolables.
    Sin dudas Philip Roth, Cormac McCarthy, Don DeLillo y Thomas Pynchon son considerados las grandes figuras de la narrativa estadounidense contemporánea -aunque yo sea más de los dos primeros. Si yo pudiera modificar ese canon, incluiría a Ford antes que a cualquiera de sus contemporáneos. 
    Y me quedaría muy a gusto.

De eso se trata vivir

Después de muchos años, poco más de 15, para ser exactos, viviendo de cerca el trastorno de espectro autista, no he sido capaz de escribir muchas cosas sobre el tema. Apenas alguna vivencia intimista, como ésta, de hace ya unos años: 

         "Estaba tendido junto a su hijo, le acariciaba la cabeza suavemente mientras canturreaba un lullaby celta.  Desde que era un bebé le tarareaba aquella musiquilla inquietante y melancólica cuando lo hacía dormir. El hombre rondaba ya los 40 años, el niño apenas los seis.
Dejó de cantar, dejó de acariciarle la cabeza y descansó la palma de su mano en la frente del niño. Por un instante creyó que habría una manera, una posibilidad, una certeza. Cerró los ojos y lo pidió: algo así como que allí y entonces pudieran substituirse uno al otro  -quizás sea justo decir que la solicitud era menos comprensible que todo esto-, se le otorgaran a él las trabas que rondaban en la cabeza de su hijo, que lo liberaran de una vez, que los liberaran.
No ocurrió nada."

O como ésta: 

         "Le miró a los ojos y quiso poder estar dentro, entender aquel mundo regido fundamentalmente por la soledad.
No era la soledad ésa de estar solo, de que fuera una hora cualquiera, una hora precisa y grave, y tuviera la certeza de que no existía nadie ni nada más y quisiera acompañar aquella pregunta esperanzada y semicoral de Pink Floyd:
Is there anybody out there?
No, era apenas la soledad de no adivinar de que iba todo aquello, cuál era la ingeniosidad en; la soledad de no saber compartir el gesto ni la alegría ajenos. La de un mundo demasiado complejo (quiero decir simple y directo) dentro de un universo de sutilezas e intenciones arrevesadas.
Creyó que si lo conseguía, si lograba entrar, se toparía con una paz tan drástica y elemental, que subsistiría por siempre desarmado y cómplice."

O un último intento de expresarlo, indirectamente, en la ficción:

        "Con el paso de los días, comprendió que tenía que estarse quieto allí sentado, mirándome. A continuación le sacaba los calcetines, le masajeaba los pies y las piernas. Sonreía, entrecerraba los ojos, el placer más elemental y básico. Cenábamos y dormíamos, abrazados, yo succionando cada ápice de aquella profunda paz que emanaba; él, quizás, reconfortado con la tranquilidad que le otorgaba mi abrazo y la proximidad del sueño."

Y el hecho es que estas pocas frases colman mis necesidades de decir algo al respecto. Porque de aquello que vives tan profundo y tan dentro, por norma general, no necesitas decir mucho. Y de eso se trata vivir.


Apostar

  La mayoría de los asuntos que nos enturbian la existencia son resultado de la equidistancia. Existimos en el punto exacto entre el ser y el no ser. Vivimos sin compromisos, siendo sin ser. Impermeables. Inodoros e insaboros, por tanto. Creo que nos falta apostar por cosas. Jugarnos la comodidad por cosas. Morir por cosas.
He leído esta mañana en un artículo (basado en una tesis doctoral) del Psychology Today que una de cada 5 mujeres en una relación sentimental estable tiene, lo que en el artículo llaman, un backup boyfriend; o sea, una persona con la que mantienen una cierta relación a la que echar mano si la “primera” relación no fructifica o no se desarrolla según lo esperado. Es un ejemplo, hay otros muchos que no atañen a mujeres ni a las relaciones sentimentales. Pero, nos sirve de ejemplo en cuanto a tendencias. Y la tendencia es hacia la cobardía. En el caso que refleja el artículo el temor a que no vaya bien con la relación actual, motiva a ciertas personas a no apostar por ella y a pensar que no vale la pena hacerlo porque si no sale bien, ya hay un “novio de reemplazo”. Miedo y cobardía son una mala mezcla. Y los resultados no suelen ser buenos. Apostar por aquello en lo que creemos no suele asegurar la continuidad ni consecución, pero suele dar mejores resultados que la equidistancia.
Así que, mientras el planeta sigue girando, yo, como humano que soy, deseo que la gente apueste por cosas, por las que cada cual crea importante. O, ya que la “la gente” es un concepto demasiado impreciso y opaco, precisando un poco, desearía que aquellos más cercanos, quienes me quieren o a quienes quiero apuesten por cosas, se jueguen la vida y se satisfagan venciendo la cobardía de la equidistancia. Y yo, yo también quisiera ser capaz.
 
©Osbel Concepción

Votad a Vox

No he hablado mucho de mis filiaciones ideológicas. No existen. Hace tiempo que me proclamé incompetente ideológico. Las ideologías y las religiones son como esa mujer (o ese hombre, que no conozco, cuáles son tus apetencias sexuales) que te hace creer que existe para que te sientas mejor soñando con ella. La ideología es eso que ha inventado alguien para poner barreras entre la persona y su derecho a disentir; eso que sirve para separarnos entre facciones, como si no estuviéramos ya lo suficientemente separados.

Hace poco, habrás oído, un programa de televisión se propuso encontrar en el pueblo de Marinaleda a los votantes de Vox. Marinaleda, para quien no lo sepa, es un pueblo de la provincia de Sevilla donde se ha desarrollado un experimento seudocomunista. Vox, para quien no lo sepa, es un partido político de reciente creación, de extrema derecha, cercano a los postulados de otros partidos populistas de derecha europeos (Forza Italia, Frente Nacional en Francia, Partido de la Libertad en Austria). No sé por qué los realizadores del programa creyeron que eso era una buena idea. No sé, quizás no se dieron cuenta… O quizás lo hicieron sólo porque son hijo de putas.

No creo que Vox traiga nada bueno para España. Pero tampoco creo que Podemos traiga nada bueno. Y ya puestos, ni el PP, ni el PSOE, ni Batasuna, ni Esquerra Repúblicana… Los políticos son ese mal que tenemos que soportar. Si te gustan las citas, querido Diario, aquí tienes una de Ambrose Bierce: "Política, sustantivo. Una lucha de intereses disfrazada de competición de principios. El manejo de los asuntos públicos para el beneficio privado" (Politics, noun. A strife of interests masquerading as a contest of principles. The conduct of public affairs for private advantage). Le creería más a un político que me dijera que lo es para aumentar su capital, para crear contactos de los que beneficiarse, para saciar su ego, por su propio bien, en resumen; que a otro que nos haga creer que se hizo político por el bien común, para hacer un país mejor, para luchar contra las injusticias, etcétera.

De cualquier modo, si queréis votar, votad. A quién queráis. En libertad. Aunque otros os digan que esto está bien o está mal. Aunque os intenten señalar, aunque se ofendan. ¡Que se jodan! Nadie decide por ti. Ni en política, ni en ninguna otra cosa.

La libertad cada día es más escasa, y los políticos (y sus jaleantes huestes y los bienpensantes y los ofendiditos) se esfuerzan cada día por coartarla un poquito más. Por eso, defiendo que cada cual haga valer esa libertad de la mejor manera posible, lo mejor que pueda o le dejen. No sólo en cuanto a la política, pero también en ella. Así que: sed comunistas, liberales, nacionalistas, independistas, españolistas, sed de izquierada o de derecha, si es lo que os apetece. Sed libres y respetad la libertad de los demás. Votad. O no votéis. Quemad banderas. Dedid que los Borbones son una rémora o defendedlos. Sed libres. Defended vuestro derecho a serlo. 

© Yomar González

Los hombres que no mataban a las mujeres

  He estado pensando en si había alguna manera de calcular las personas con quienes he tenido algún trato más o menos cercano durante mi vida. Compañeros de colegio, de trabajo, amigos del barrio, maestros, tíos, primos... Y también me preguntaba si se podía calcular algún aproximado de cuántas de ellas son hombres. No puedo calcularlos, pero han sido muchos, algunos miles, por lo menos.
He conocido hombres mentirosos, manipuladores, ladrones, borrachos, adictos al juego, adictos a la cocaína, adictos al sexo; he conocido hombres cegados por la rabia, por el odio, por el desamor; he conocido hombres traicioneros, cobardes, patéticos; tontos, poco razonables, violentos, misóginos; incluso conocí hombres que habían asesinado a otros hombres.
Sin embargo, de todos ellos, jamás me encontré con uno que hubiese matado a una mujer.
Querido Diario, no. Los hombres no matan a las mujeres. Hay hombres que matan mujeres. Como hay hombres que matan hombres. Como hay mujeres que matan hombres. Como hay mujeres que matan mujeres. Sí, el sexo masculino tiende más a la violencia, responde más a los instintos básicos de esa especie animal que somos. Los hombres son menos inteligentes, razonan menos, son diferentes, a peor seguramente, que las mujeres, Pero, los hombres no matan a las mujeres. Hay hombres que descargan sus frustraciones de la peor manera. Hay hombres que van más allá de la cobardía. Hay hombres enfermos. Hay instituciones carcomidas por el buenismo. Hay leyes de mierda. Hay gente que vive en un mundo de rosas, donde la gente sonríe y te tiende la mano. Hay gente que cree que la cárcel es una escuela y no un castigo. Hay gente que dice "pero es un ser humano y tienes derechos...". Hay gente que llora cuando no hay remedio.
Las generalizaciones les van muy bien a los razonamientos simples, aúpan eslóganes, alientan causas, pero son irreales. Los curas no son pedófilos. La enfermeras no son putas. Los colombianos no son narcotraficantes. Los rusos no son alcohólicos. Los brasileños no juegan bien al fútbol. Los hombres no matan a las mujeres.
Y aunque lo sigan repitiendo, no es verdad.



Fotos y ensaladas

   Una mujer caminaba a mi lado ayer. Sostenía una fiambrera en su regazo, acomodada entre las tetas y uno de sus brazos. Le sonó el teléfono y, cuando fue a buscarlo en el bolsillo de sus vaqueros, la fiambrera se le deslizó, cayó a la acera y el contenido se esparció. Me gustan las ensaladas, principalmente mirarlas, cuando han tenido el buen gusto de mezclar convenientemente la gama de colores vegetales, de tal modo que, aunque no te gusten las ensaladas, termines diciendo que es bonito. 

-Justo estaba pensando que tenía hambre -dijo la mujer. Por un momento creí que me lo decía a mí, pero no, no necesitaba ningún interlocutor, se lo había dicho a sí misma, o a la otra ella que le acompañaba, como a mí el otro yo, o a ti el otro tú.

Pensé que se pondría a llorar allí, en plena acera, a la vista de tanto extraño como pulula por estas ciudades del mundo. Se había puesto de rodillas ante la fiambrera ladeada, como si prepara para un rezo o adoración. Sólo estaba mirando con detenimiento su comida y, quizás, pensando de nuevo en su hambre de las 14:05.

Y entonces (tendría que haber puesto aquí “en un inesperado giro de los acontecimientos”, me encanta la frase, pero me reprimo y no, no la pongo), la mujer saca el móvil para hacer una foto. En unos segundos, su comida derramada estaría en Instagram y viajaría por ahí, a destinos insospechados, a personas que pensarían “pobre mujer”. O que se reirían de ella con ese exacto instinto de reírnos cuando alguien tropieza y se cae. Aunque se haya abierto la cabeza con el bordillo de la acera.

Y sí, me pareció fascinante, así que pensé hacerle una foto. Me preparé para ello. No tengo Instagram, pero oye, siempre nos quedará esto de Facebook. Y en eso estaba cuando me imaginé que detrás de mí habría otra persona a quien le podría parecer fascinante que a mí pareciera fascinante, y que se disponía a hacer una foto de mí haciéndole una foto a la mujer que le hacía una foto a su comida en la acera. Y ya, entonces, entré en caída libre e imaginé que a una cuarta persona le podría parecer igual de fascinante hacerle una foto a quien me hacía la foto mientras le hacía la foto a la mujer haciéndole una foto a su comida derramada. Pero no quedó ahí. E imaginé a una quinta persona, y a una sexta, a una séptima, and so on… Un infinito de fotos de personas que le hacían fotos a quienes hacían fotos… Porque, tengo que admitirlo, cuando mi cerebro entra en este tipo de cosas puede ser imparable.

Pero pude detenerlo a tiempo. Mi solución fue sencilla, definitivamente no haría foto, así que aquel patrón infinito se rompía allí mismo, guardando mi móvil. Y así pasó.

¿Y la mujer?

No sé, seguí mi camino. Antes de girar la esquina miré y seguía estando allí. O se había ido. Fue sólo un segundo. Además, ¿a quién le importa?

©Martina Dankova


Wild Wild Country: más allá de la secta

 A principios de la década de los ochenta del siglo pasado, el pueblo de Antelope, condado de Wasco, en el estado norteamericano de Oregón, se vio de pronto inundado por miles de personas vestidas de carmín. En una agreste finca de las inmediaciones, comenzaron a construir: casas, pabellones, infraestructura, servicios comunitarios, un lago, un aeropuerto... Lo que había sido el Rancho de Big Muddy, se convertía poco a poco en una nueva ciudad. 

Los hermanos Chapman y Maclain Way son los directores de la serie documental de Netflix Wild Wild Country, que nos narra la asombrosa historia de un líder espiritual y sus seguidores que se proponen construir una ciudad que les sirviera para realizarse de una manera diferente y, de paso, presentar un ejemplo de la posibilidad de acercamiento alternativo a la vida. 

Desde finales de los años sesenta, Bhagwan Shree Rajneesh (India, 1931-1990), también conocido como Osho, ya tenía seguidores conocidos como sannyasins. Por esas fechas, también, comenzó a expandir sus enseñanzas espirituales que intentaban ofrecer una nueva manera de acercarse a las tradiciones religiosas, el misticismo y la filosofía. En 1974, Bhagwan se trasladó a la ciudad de Pune, donde se estableció una fundación y un ashram o centro espiritual (Rajneeshpuram) desde donde daba sus discursos, escribía y se recibían a personas de todo el mundo que encontraban en sus ideas una manera de transformar sus propias vidas. A finales de esa década, las tensiones entre  el partido gobernante en la India y el movimiento espiritual de los sannyasins, dificultaban el desarrollo potencial que los líderes se proponían. De ese modo, se planteó la posibilidad de cambiar la ubicación geográfica de Rajneeshpuram, y el sitio escogido fueron las 25,993 hectáreas de un rancho en las cercanías de Antelope. 

Sin embargo, el argumento de Wild Wild Country va mucho más allá de los entresijos de una secta o culto religioso o club espiritual o lo que hayan sido los rajneeshees. Durante lo seis capítulos de la serie se nos muestra una amalgama de emociones y acciones humanas, sus motivaciones y consecuencias; un sorprendente relato sobre la intolerancia, el temor a lo desconocido, el temor, también a la pérdida de lo soñado, mezclado todo con lucha mediática, atentados bacteriológicos, intentos de asesinato, litigios, política, intrigas, lujo, alegría, felicidad, tristeza, amor... 

Wild Wild Country está disponible en Netflix.

Enfermera (una ficción)

    La chica estaba de espaldas a él, se contoneaba ligeramente como si sonara una canción en alguna parte o llevara una música necesaria siempre en su cabeza. Al otro lado había una pequeña ventana que daba a un patio interior y a través de ella se podían ver tuberías de agua reptando por una pared gris. La chica llevaba un vestido de tela fina y mientras se iba soltando la larga fila de botones él podía ver la silueta de su cuerpo contra la luz que entraba por la ventana. Tiró el vestido sobre la silla y se sentó junto a él, con una mano le acarició la nuca y con la otra la entrepierna.
–Hablemos –dijo él.
–Ya te dije que no quiero complicaciones. Te follo como tú quieras, el tiempo que quieras o puedas, me pagas y fin de la historia.
–Me dijiste que habías sido enfermera.
–Soy enfermera, y lo que tú quieras que sea. ¿Qué coño les pasa a los hombres con las enfermeras? ¿Por qué no se van a un jodido hospital en vez de buscarse a una puta que diga que es enfermera? No tengo ropa de enfermera, pero algo ya nos inventaremos…
–Espera, espera –por tercera vez le quitó la mano de la portañuela–. No quiero follar con nadie. Lo único que quiero es que hagas algo por mí, te pago y fin de la historia, como tú dices.
–No me compliques, de verdad, déjame seguir con lo mío, me va bien así.
–Déjame decirte, por lo menos…
–Ya, ya, ya. Esto sé que me va a complicar. ¿Por qué todas las historias raras me tienen que pasar a mí?
Se quitó la camisa. La venda que había puesto para taponar la sangre se había convertido en una masa viscosa que amenazaba con fundirse a la carne. Cuando la retiró de un tirón se le escapó una queja minúscula y ridícula; un chorrillo de sangre brotó, llegó hasta el codo y allí se detuvo.
–Mierda, mierda, mierda, mierda.
–Creo que tengo una bala por ahí. Sólo quiero que me la saques, me laves con agua y jabón, eches un poco de esto adentro y me pongas una venda. Muy sencillo. Y te doy cinco veces lo que me ibas a cobrar. Diez minutos.
Hasta que no terminaron ella no dijo nada más, siquiera una palabra, se limitó a asentir, mover sus manos y mantener siempre un rictus de asco y miedo. Él le pidió que se quitara también la ropa interior, así no manchaba nada. Fueron a la bañera, buscaron el mejor acomodo posible: primero esta pasta blanca, ponla en todo el hombro, es para que no me duela tanto; ponte los guantes, no tengas miedo, piensa que vas a cortar un pollo, la parte mala de un melocotón; corta un centímetro a cada lado del agujero, mete la pinza, muévela despacio hasta que creas que choca con algo duro, eso debe ser la bala; trata de cogerla con la pinza y sácala de una vez, fuerte, me va a doler, pero al menos será una vez; lávalo bien; si puedes fíjate que no queda nada adentro, escarba un poco con la pinza si hace falta; coge el bote y llénalo todo con eso; un par de gasas, la venda. Hasta que él no logró disimular el dolor y sonreír, ella no pareció estar tranquila. Lo llevó a la cama. Regresó a darse una ducha y regresó envuelta en una toalla.
–Las cosas que nos hacen hacer los hombres –dijo antes de darse cuenta de que el hombre se había dormido o desmayado–. Oye, ni se te ocurra morirte en mi casa. Esto es una mierda.
Se vistió y se entretuvo mirando en las cosas del hombre. En la billetera llevaba unos quinientos. Se los guardó. Había traído un bolso de gimnasio y uno de los que se usan para llevar un portátil. En el de gimnasio había algo de ropa.
Cuando el hombre se despertó, ella estaba sentada aún a su lado, en la silla.
–No estás muerto.
–No, parece que no.
–¿Cuánto?
–¿Qué?
–¿Cuánto dinero tienes aquí? –puso el bolso sobre sus piernas y lo entreabrió como para cerciorarse de que seguía estando allí, de que el hecho de que el hombre hubiera despertado no había hecho desaparecer todo.
–No lo he contado. ¿Por qué me has atado a la cama?
–¿Qué te parece?
–¿Por qué no te fuiste antes?
–No lo sé. Quería ver que estabas bien.
–Si me dejas así me voy a morir.
–Lo siento –dijo ella y se marchó sin que el hombre pusiera ningún otro reparo.