He soñado que no había corriente eléctrica.
No había; no existía. Galvani, Volta, Ampère, Faraday no habrían aparecido en ninguna enciclopedia.
La nevera era un armario con un diseño muy incómodo y con apéndices inútiles e inexplicables.
La televisión se podía utilizar como un mal espejo.
En una gran caja de cartón mi mujer y yo habíamos ido poniendo utensilios que no sabíamos para qué servían: microondas, exprimidor de naranjas, cortapelos, secadores, cafetera, radios, móviles, cámaras de fotos y video, lamparillas de mesa. Llenamos varias cajas de aquellos trastos, aparatos que compartían la alegre circunstancia de un cordón alargado, habilmente finalizado con una pieza de plástico y dos espigas de metal.
Después, no obstante, estuvimos bastante bien.