De eso se trata vivir

Después de muchos años, poco más de 15, para ser exactos, viviendo de cerca el trastorno de espectro autista, no he sido capaz de escribir muchas cosas sobre el tema. Apenas alguna vivencia intimista, como ésta, de hace ya unos años: 

         "Estaba tendido junto a su hijo, le acariciaba la cabeza suavemente mientras canturreaba un lullaby celta.  Desde que era un bebé le tarareaba aquella musiquilla inquietante y melancólica cuando lo hacía dormir. El hombre rondaba ya los 40 años, el niño apenas los seis.
Dejó de cantar, dejó de acariciarle la cabeza y descansó la palma de su mano en la frente del niño. Por un instante creyó que habría una manera, una posibilidad, una certeza. Cerró los ojos y lo pidió: algo así como que allí y entonces pudieran substituirse uno al otro  -quizás sea justo decir que la solicitud era menos comprensible que todo esto-, se le otorgaran a él las trabas que rondaban en la cabeza de su hijo, que lo liberaran de una vez, que los liberaran.
No ocurrió nada."

O como ésta: 

         "Le miró a los ojos y quiso poder estar dentro, entender aquel mundo regido fundamentalmente por la soledad.
No era la soledad ésa de estar solo, de que fuera una hora cualquiera, una hora precisa y grave, y tuviera la certeza de que no existía nadie ni nada más y quisiera acompañar aquella pregunta esperanzada y semicoral de Pink Floyd:
Is there anybody out there?
No, era apenas la soledad de no adivinar de que iba todo aquello, cuál era la ingeniosidad en; la soledad de no saber compartir el gesto ni la alegría ajenos. La de un mundo demasiado complejo (quiero decir simple y directo) dentro de un universo de sutilezas e intenciones arrevesadas.
Creyó que si lo conseguía, si lograba entrar, se toparía con una paz tan drástica y elemental, que subsistiría por siempre desarmado y cómplice."

O un último intento de expresarlo, indirectamente, en la ficción:

        "Con el paso de los días, comprendió que tenía que estarse quieto allí sentado, mirándome. A continuación le sacaba los calcetines, le masajeaba los pies y las piernas. Sonreía, entrecerraba los ojos, el placer más elemental y básico. Cenábamos y dormíamos, abrazados, yo succionando cada ápice de aquella profunda paz que emanaba; él, quizás, reconfortado con la tranquilidad que le otorgaba mi abrazo y la proximidad del sueño."

Y el hecho es que estas pocas frases colman mis necesidades de decir algo al respecto. Porque de aquello que vives tan profundo y tan dentro, por norma general, no necesitas decir mucho. Y de eso se trata vivir.