En el siglo que hasta hace poco llamábamos el siglo pasado, allá por 1899, en Garden Valley, un poblado de Idaho, nació James Charles Castle. Básicamente se le cataloga como artista autodidacta y su trabajo se desarrolló desde plataformas diversas: ilustraciones realizadas con papel desechado, imágenes de tiras cómicas, dibujos, montajes, encuadernación...
Durante décadas trabajó -aunque quizás él no mantenía el mismo concepto de trabajo relacionado con la creación que compartimos la mayoría- en el cobertizo de los pollos, sin comodidad alguna, y en absoluta libertad. Allí terminó cientos de piezas que su familia llamaba Dreamhouses -complicadas construcciones con materiales como cuerdas viejas, envases de leche, papeles de colores, pedazos de cartón-; aquí y allá las iba almacenando con extremo cuidado y atención. Una visión especial donde personas, animales, libros, mesas, puertas o ropas tenían la misma relevancia y guardaban un balance preciso.
Durante unos seis meses asistió a la Escuela para Sordos y Ciegos de Idaho, donde fue rechazado por considerar que el intento de instruirlo era una pérdida de tiempo. El resto de su vida la pasó dentro de los límites de su casa familiar y la oficina de correos que administraban sus padres. Aún cuando algunos allegados alentaban su tendencia a la creación artística, Castle insistía en aislarse y rehuir el exterior de manera casi violenta.
Se le declaró retrasado por unos, loco por otros, pero lo cierto es que desde niño su fascinación por las formas lo llevó al arte como una manera de expresión que escasamente encontraba receptores. Sin dudas, James no era mentalmente deficiente o no educable. Ni siquiera era mudo como se creía porque podía, por ejemplo, vocalizar. Los términos que se usaron para catalogar al singular artista durante muchos años no eran del todo correctos. Quizás de haber vivido en estos días a James Castle se le habría diagnosticado un Trastorno de Espectro Autista, como sugieren algunos especialistas. "Estoy convencido", dice Trusky, descubridor y estudioso de su figura, "y así lo respalda la comunidad médica que ha analizado la vida y obra de James, que el suyo fue el típico y recurrente caso de autista con un talento especial y extraordinario.”
Con paciencia y laboriosidad fue experimentando con los puntos de vista y la ilusión de la perspectiva en sus dibujos. En un pedazo de cartón arrancado de una caja de cerillas, por ejemplo, podía dibujar el camino que atravesaba Garden Valley; al otro lado del mismo cartón recreaba el lado opuesto del primer paisaje. La oposición topográfica, la oposición dentro del mismo objeto, del mismo objeto.
Como le suele ocurrir a muchos outsider o artistas autodidactas que viven más allá de los límites o la aceptación, las difíciles circunstancias de su vida pueden incluso minimizarse sin que ello empequeñezca la importancia o popularidad de su trabajo.
La obra de James Castle cuenta con legiones de admiradores, estudiosos y seguidores; importantes museos de todo Estados Unidos -el American Folk Art Museum, el Museo de Arte Moderno, el Museo Whitney de Arte Americano, el Instituto de Arte de Chicago, entre muchos otros- incluyen extensas colecciones de sus obras. Otros museos de todo el mundo, sus curadores y públicos, hacen fila y esperan pacientemente para exhibir sus obras.
Hasta el 5 de septiembre, el museo Reina Sofía de Madrid exhibe la exposición "Mostrar y almacenar" con trabajos de Castle que van desde libros, manuales y calendarios que combinan tipografías singulares a los caracteres latinos o elementos de otros alfabetos; hasta retratos, representaciones de todo tipo de objetos manipulados y alegorizados junto a motivos más evidentes como estructuras arquitectónicas, puertas, ventanas, fragmentos de una pared empapelada y un vasto repertorio de construcciones en cartón.
James Charles Castle murió en 1977.
Durante décadas trabajó -aunque quizás él no mantenía el mismo concepto de trabajo relacionado con la creación que compartimos la mayoría- en el cobertizo de los pollos, sin comodidad alguna, y en absoluta libertad. Allí terminó cientos de piezas que su familia llamaba Dreamhouses -complicadas construcciones con materiales como cuerdas viejas, envases de leche, papeles de colores, pedazos de cartón-; aquí y allá las iba almacenando con extremo cuidado y atención. Una visión especial donde personas, animales, libros, mesas, puertas o ropas tenían la misma relevancia y guardaban un balance preciso.
Durante unos seis meses asistió a la Escuela para Sordos y Ciegos de Idaho, donde fue rechazado por considerar que el intento de instruirlo era una pérdida de tiempo. El resto de su vida la pasó dentro de los límites de su casa familiar y la oficina de correos que administraban sus padres. Aún cuando algunos allegados alentaban su tendencia a la creación artística, Castle insistía en aislarse y rehuir el exterior de manera casi violenta.
Se le declaró retrasado por unos, loco por otros, pero lo cierto es que desde niño su fascinación por las formas lo llevó al arte como una manera de expresión que escasamente encontraba receptores. Sin dudas, James no era mentalmente deficiente o no educable. Ni siquiera era mudo como se creía porque podía, por ejemplo, vocalizar. Los términos que se usaron para catalogar al singular artista durante muchos años no eran del todo correctos. Quizás de haber vivido en estos días a James Castle se le habría diagnosticado un Trastorno de Espectro Autista, como sugieren algunos especialistas. "Estoy convencido", dice Trusky, descubridor y estudioso de su figura, "y así lo respalda la comunidad médica que ha analizado la vida y obra de James, que el suyo fue el típico y recurrente caso de autista con un talento especial y extraordinario.”
Con paciencia y laboriosidad fue experimentando con los puntos de vista y la ilusión de la perspectiva en sus dibujos. En un pedazo de cartón arrancado de una caja de cerillas, por ejemplo, podía dibujar el camino que atravesaba Garden Valley; al otro lado del mismo cartón recreaba el lado opuesto del primer paisaje. La oposición topográfica, la oposición dentro del mismo objeto, del mismo objeto.
Como le suele ocurrir a muchos outsider o artistas autodidactas que viven más allá de los límites o la aceptación, las difíciles circunstancias de su vida pueden incluso minimizarse sin que ello empequeñezca la importancia o popularidad de su trabajo.
La obra de James Castle cuenta con legiones de admiradores, estudiosos y seguidores; importantes museos de todo Estados Unidos -el American Folk Art Museum, el Museo de Arte Moderno, el Museo Whitney de Arte Americano, el Instituto de Arte de Chicago, entre muchos otros- incluyen extensas colecciones de sus obras. Otros museos de todo el mundo, sus curadores y públicos, hacen fila y esperan pacientemente para exhibir sus obras.
Hasta el 5 de septiembre, el museo Reina Sofía de Madrid exhibe la exposición "Mostrar y almacenar" con trabajos de Castle que van desde libros, manuales y calendarios que combinan tipografías singulares a los caracteres latinos o elementos de otros alfabetos; hasta retratos, representaciones de todo tipo de objetos manipulados y alegorizados junto a motivos más evidentes como estructuras arquitectónicas, puertas, ventanas, fragmentos de una pared empapelada y un vasto repertorio de construcciones en cartón.
James Charles Castle murió en 1977.