Tomado de The New York Times
Por Michiko Kakutani
Marzo 28, 2008
Los personajes en la obra de Tobias Wolff suelen ser cuentistas y mentirosos compulsivos. Moldean sus vidas hasta que logran convertirlas en melodramas, inventan o embellecen a las personas, sueñan mundos fantásticos o convierten sus respectivos pasados en anécdotas de confesionario. Algunos intentan dar la impresión de ser mucho más interesantes a fuerza de adornar la verdad; se inventan identidades falsas para embaucar a los demás; fantasean como una posibilidad de escape a la banalidad de sus vidas. En manos de Wolff, estos personajes se convierten en alegoría tanto de la necesidad de ordenar el caos de la existencia diaria, como de la propia escritura:
El chico que se inventa historias de manera ininterrumpida, cuenta que su madre, perfectamente sana, ha estado tosiendo con sangre, o que él realmente es hijo de unos misioneros, que nació y se crió en el Tibet (“El mentiroso”). El estafador a quien dos hermanos recogen en la carretera y trata de venderles acciones de una mina de oro en Perú. (“El hermano rico”). La profesora que lee a sus estudiantes la extensa “Rima del marinero de antaño” y la plantea a modo de metáfora de la manera en que ella misma delató a sus amigos en Praga, varias décadas atrás (“La estudiante madura”). El hombre que vive una vida alternativa, paralela a la conocida por quienes le rodean –una especie de “qué pasaría” en el que él nunca habría dejado su pueblo natal para ir a vivir a Carolina, en el que habría terminado con la chica de la que estuvo localmente enamorado en secundaria.
Esta colección de relatos nuevos y antiguos nos recuerda que la escritura de Wolff se basa en los métodos narrativos tradicionales. Hay algo ligeramente pasado de moda en muchos de estos cuentos. El lenguaje utilizado habitualmente por sus personajes es un tanto anticuado, las historias tienden a presentarse ordenadamente en sus presentación, nudo y desenlace, con deliberados giros irónicos al modo de O. Henry. El lector se siente atraído por argumentos peculiares e intrigantes, y finalmente es atrapado por los pequeños detalles y destellos físicos y emocionales que Wolff dispersa como migas de pan. La prosa es tan vívida y entretenida que el lector usualmente sólo es capaz de notar lo artificial cuando ha terminado la lectura.
En “En el jardín de los mártires norteamericanos” una profesora que ha tratado de conservar su carrera intentando no entrar nunca en posiciones controvertidas, se da cuenta de que le han gastado una broma con una oferta de trabajo falsa y reacciona dictando una exagerada conferencia sobre indios con garrotes, lanzas, arpones y redes persiguiendo a la gente y dándoles caza. En “La cadena” un hombre llamado Gold le tiene que devolver el favor a un amigo –quien ha matado al perro que mordió a la hija de Gold- y termina provocando una cadena de imprevistas y trágicas consecuencias. Y en “Avería en el desierto, 1968” un automóvil familiar se rompe dentro de un pequeño garaje en medio de la nada. Cuando el esposo se dirige al pueblo cercano y lo recoge un equipo de cine, llega a contemplar la posibilidad de abandonar a su esposa e hijo en el desierto para ir a buscar una carrera en el mundo del cine.
Como saben los lectores habituales de Wolff sus personajes tienden a ser vagos, inadaptados, desarraigados: el desafortunado, el decepcionado, el perdido, el detestable.. Saben que sus sueños, ya sean llegar a triunfar en Hollywood o estar con la chica de sus sueños, están fuera de alcance; o se sienten llenos de ira y odio contra sí mismos porque son gordos, o no tienen suerte, o se avergüenzan por la falta de solvencia o por la poca prospección de futuro. Pasan mucho tiempo reflexionando sobre sí mismos, pensando si es mejor vivir a tope y acabar en un estallido o si en cambio lo mejor es vivir tranquilamente y acabar en un suspiro.
El gordo perdedor que le dispara a uno de los amigos que se burlan de él en una cacería; el buscador espiritual que acumula grandes deudas y es expulsado de la comunidad religiosa; el triste soldado que se une al ejército con el objetivo de castigar a su madre por haberse casado con un antiguo maestro suyo; el desgraciado que envidia la novia de su mejor amigo; el imbécil que se hace amigo de un carterista y, como es predecible, pierde su billetera. Esta es la muestra de los desafortunados sobre los que pone su mira Wolff.
En historias menores, estos personajes son sencillamente aburridos y deprimentes –ante ellos generalmente se adopta un aire de condescendencia cansada. En las más logradas, sin embargo, como ya hizo Wolf en “Vida de ese chico”, demuestra su habilidad para escribir sobre la desgracia y la supervivencia en una afortunada combinación de compasión y humor, representando tanto el reconocimiento del abismo –“donde las heridas no sanan y las cosas nunca se solucionan”- como la determinación obstinada de, en cierto modo, navegar lo mejor que pueden alrededor de tan profunda sima.
Artículo original en inglés: Aquí