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Entrevista a Cormac McCarthy (El cowboy favorito de Hollywood)

Traducido por The Galimatías
Tomado de The Wall Street Journal
20 de noviembre de 2009

Por John Jurgensen 


 El escritor Cormac McCarthy suele rehuir las entrevistas, sin embargo, no puede ocultar que le entusiasma conversar. La semana pasada el novelista se sentó junto a nosotros en el frondoso jardín del hotel Menger. La conversación, en la que también participó John Hillcoat, director de la película “La carretera”, basada en la novela homónima, se extendió hasta tarde y a la cena en un restaurante cercano.
McCarthy ha venido hasta aquí desde su casa cerca de Santa Fe para visitar a Tommy Lee Jones. El actor dirige y protagoniza junto a Samuel L. Jackson un filme basado en la obra de teatro de McCarthy “The Sunset Limited” que se emitirá próximamente por HBO.



    Cuando vende los derechos de sus libros, ¿suele tener contratos que le permitan supervisar el guión, o es algo que queda fuera de su alcance?
No. Vendes los derechos y te vas a casa a descansar. No te puedes inmiscuir en los proyectos de otras personas.

    Cuando fue por primera vez al set donde se filmaba “La carretera”, ¿descubrió mucha diferencia entre lo que vio y lo que tenía en mente sobre la novela?
Imagino que mi noción de lo que ocurría en "La carretera" tiene poco que ver con sesenta u ochenta personas y un montón de cámaras. El director Dick Pearce y yo hicimos una película en Carolina del Norte hace treinta años y ya entonces pensé que aquello era un infierno y me pregunté cómo era alguien capaz de hacer aquello. Así que me levanté, tomé un poco de café, anduve de aquí para allá, leí un poco, escribí unas pocas palabras y miré por la ventana.

    Pero, ¿no encuentra algo atractivo en el proceso de creación grupal, en comparación con el solitario acto de escribir?
Sí, te resulta extremadamente atractivo evitarlo a toda costa.

    Cuando hablaba con John sobre “La carretera”, ¿en algún momento intentó presionarle para que aclarara qué había causado la catástrofe de la historia?
Mucha gente me lo ha preguntado, pero no lo sé, no tengo opinión sobre eso. En el Instituto Santa Fe hay científicos de muchas disciplinas y algunos geólogos dicen que a ellos les parece el choque de un meteorito. Pero en realidad podría haber sido cualquier cosa: actividad volcánica, una guerra nuclear. No es importante en realidad. La cuestión es qué hacer en una situación similar. La última vez que el cráter de Yellowstone entró en erupción, toda Norteamérica estuvo bajo un manto de cenizas de 30 cm de grosor. Quienes han buzeado en el lago Yellowstone cuentan que en el fondo hay un montículo que ya tiene cerca de 30 metros de altura y que parece como si aquello estuviera continuamente latiendo. De personas diferentes obtenemos respuestas diferentes, pero no hay previsión posible, la próxima vez que suceda puede ser dentro de cuatro mil años o el próximo jueves. Nadie lo sabe.

    ¿Qué tipo de asuntos le suelen preocupar?
Si uno toma en cuenta cuestiones sobre las que vienen hablando algunos científicos, se da cuenta que en los próximos cien años el ser humano posiblemente siquiera será reconocible. Podríamos ser parcialmente máquinas o tener implantes computarizados. Implantar un chip en el cerebro que contenga, por ejemplo, la información almacenada en todas las bibliotecas del mundo, es algo posible y no sólo en teoría. Como me han dicho quienes saben de estos temas: se trata sólo de dar con las conexiones apropiadas. Pues bien, éste es uno de esos problemas que se suelen venir a la cama conmigo.

    “La carretera” es una historia de amor entre padre e hijo donde nunca se dice “te quiero”.
Así es. No se me ocurrió nada más que añadir a esa historia. Muchos de los parlamentos que hay allí son conversaciones entre mi hijo John y yo reproducidas textualmente. Eso quiero decir cuando comento que es coautor del libro. Muchas cosas que dice el chico de la novela son parlamentos de John. John dice: Papá, ¿qué harías si yo muriera? Desearía morir también, le contesto. ¿Para poder estar conmigo?, pregunta él. Sí para poder estar contigo. Sólo una conversación.

    ¿Por qué no firma ejemplares de “La carretera”?
Existen ejemplares firmados del libro, pero todos pertenecen a mi hijo. De modo que cuando cumpla 18 años podrá venderlos e irse a Las Vegas o adónde prefiere. Esas son los únicos ejemplares firmados del libro.

    ¿Y cuántos ejemplares son?
Doscientos cincuenta. Alguna vez he recibido cartas de libreros o personas relacionados con el mundo del libro donde me sugieren que tienen un ejemplar de “La carretera” firmado por mí. Solamente les contesto: No, no tienes ese ejemplar.

    ¿Cómo fue la relación con los hermanos Cohen cuando trabajaban en “No es país para viejos”?
Nos vimos y conversamos un par de veces. Son gente inteligente y con mucho talento. Como pasa con John, no necesitaron mucha ayuda de mi parte para hacer una película.

    "Todos los hermosos caballos” también fue llevada al cine. ¿Le satisfizo lo que se obtuvo en esa ocasión?
Pudo haber salido mejor. Tal como lo veo hoy, quizás se pudo haber editado mejor y haberlo convertido en una película bastante buena. El director creyó que podría poner todo el libro en pantalla. Es imposible, tienes que escoger aquella parte de la historia que te interesa. Así que él hizo esta película de cuatro horas de duración y se dio cuenta que para poder exhibirla tendría que llevarla a dos.

    ¿El tema de la extensión es aplicable también a los libros? ¿Un libro de mil páginas resulta, de algún modo, demasiado?
Para el lector moderno sí. Aparentemente la gente sólo lee libros de cualquier extensión si son de misterio o policiacos, en esos casos, mejor cuando más extensos. No se volverán a escribir libros de 800 páginas como se hacía cien años atrás y hay que habituarse a ello. Si crees que podrás escribir algo como “Los hermanos Karamazov” o como “Moby Dick”, adelante, pero nadie lo va a leer. No importa lo bueno que sea o lo agudos que sean los lectores. La intenciones y los cerebros son diferentes.

    Se dice que “Meridiano de sangre” es imposible de llevar al cine por la oscuridad y la violencia que recorren el argumento.
Eso es una tontería. El hecho de que sea una historia cruda y llena de sangre no tiene relación con que se pueda o no llevar al cine. Ese no es el asunto. El asunto es que sería verdaderamente difícil y requeriría una gran imaginación y mucho valor. Pero la recompensa podría llegar a ser extraordinaria.

    ¿De qué modo la noción del paso del tiempo y de la muerte incide en su obra?
El futuro cada vez es más corto y uno lo sabe. En los últimos años sólo he tenido deseos de trabajar y de estar con mi hijo. Oigo que la gente se va de vacaciones y pienso: ¿de vacaciones? No tengo ningún deseo de viajar. Mi día perfecto es cuando me puedo sentar en una habitación con unas cuartillas en blanco. Es el cielo, es oro. Todo lo demás es una pérdida de tiempo.

    ¿Y cómo afecta ese tic-tac de reloj a su trabajo? ¿Hace que quiera escribir historias más cortas o por el contrario más extensas y complejas?
No me interesa escribir relatos o cuentos. Cualquier cosa que no ocupa años de tu vida ni te lleva a pensar en el suicidio no es algo que merezca la pena hacer.

    Los últimos cinco años han resultado muy productivos para usted. ¿Ha tenido períodos de sequía en su escritura?
No creo que haya períodos productivos y otros improductivos. Es una percepción que tiene la gente por lo que se publica. El días más ocupado puede utilizarse en observar a unas hormigas que transportan migas de pan. Alguien le preguntó a Flannery O`Connor por qué escribía y ella contestó: “porque es algo que hago bien”. Y creo que esa es la respuesta adecuada. Si eres bueno haciendo algo es muy difícil abstenerte de hacerlo. Hablando con personas muy mayores que han vivido bien, la mitad de ellos coincide en que lo más significativo en su vida ha sido la extraordinaria suerte que han tenido. Y cuando oyes esto sabes que es la verdad. No es que menosprecien el talento o el saber hacer. Puedes tener ambas cosas y no lograr nada.

    ¿Podría contarme algo del libro que prepara, algo del argumento o los lugares donde ocurre?
No se me da muy bien hablar sobre eso. La mayor parte ocurre en New Orleans en los años ochenta. Es acerca de un chico y su hermana. Cuando el libro comienza ella ya se ha suicidado y vemos cómo el va lidiando con eso. Ella es una chica muy interesante.

    Algunos críticos han hecho notar que muy pocas veces profundiza en personajes femeninos.
Este libro trata en detalle el personaje de una mujer joven. Hay alguna escena interesante que atraviesa el libro y se acerca al pasado. Planeaba escribir sobre una mujer de 50 años de edad. Creo que nunca seré lo suficientemente competente para hacer algo así, pero en algún momento hay que intentarlo.

    Usted nació en Rhode Island y se crió en Tennesse, ¿cómo terminó en el suroeste?
Terminé en el suroeste porque sabía que nadie había escrito sobre esta zona. Aparte de Coca-Cola, lo otro universalmente conocido de esa región son los indios y los cowboys. Puedes aparecer en un pueblo de las montañas mongolas que allí sabrán decirte algo de los cowboys. Pero en doscientos años nadie se ha tomado el tema con seriedad. Pensé que sería un buen tema. Y así fue.

    Se crió bajo los preceptos de la iglesia católica irlandesa.
Sí, un poco. No era un asunto demasiado importante. Los domingos íbamos a la iglesia. Ni siquiera recuerdo una conversación sobre ese tema.

    ¿El dios con el que creció es el mismo a quien el personaje de “La Carretera” cuestiona y maldice?
Podría ser. Me resulta interesante la visión espiritual de la vida y realmente considero que es significativa. Pero, ¿soy una persona espiritual? Me gustaría serlo. No hablo de encontrar una vida después de la muerte o ese tipo de cosas, sino sólo en el aspecto de ser mejor persona. Tengo amigos del Instituto, personas realmente brillantes con un trabajo duro, buscando soluciones a problemas complejos. Ellos mismos suelen decir que es más importante ser buena persona que ser una persona brillante. Y yo estoy de acuerdo con eso.

    Ya que “La carretera” trata de un asunto tan personal, ¿tuvo dudas de lo que iba a encontrar en la adaptación al cine?
No, había visto la película de John, “The Proposition”, conocía su reputación y creí que seguramente haría un buen trabajo. Además, tengo a la mejor agente. Ella no sería capaz de vender el libro a no ser que tuviera confianza. No es sólo cuestión de dinero.

    ¿Empezó “No es país para viejos” como un guión?
Sí, lo escribí como guión. Se lo mostré a alguna gente y no parecieron interesados. De hecho, llegaron a decirme que jamás funcionaría. Años después lo saqué y lo convertí en novela. No me tomó mucho tiempo. Estuve en los premios de la academia con los hermanos Cohen. Tenían una mesa llena de premios antes de que terminara la noche. Uno de los primeros que les entregaron fue el de mejor guión. Ethan se volvió hacia mí y me dijo: bueno, yo no hice nada, pero el premio me lo quedo.

    Para novelas como “Meridiano de sangre” llevó a cabo una extensa investigación, ¿qué tipo de investigación realizó para “La carretera”.
No sé. Solamente conversar con gente sobre cómo serían las cosas en diferentes situaciones catastróficas. Hablaba con mi hermano Dennis sobre ese espantoso escenario de fin del mundo y coincidíamos en que la población se dividiría en pequeñas tribus y que cuando no quedara nada terminarían comiéndose unos a otros. Sabemos que es algo cierto y demostrado.


    En relación con “La carretera”, ¿ha recibido muestras o reacciones de padres?

Tengo varias cartas similares de seis personas diferentes. Una de Auatralia, otra de Alemania, de Inglaterra. Todas ellas me lo relatan de manera parecida: comencé a leer el libro después de la cena y lo terminé a las 03:45 de la mañana siguiente; tuve que levantarme, correr escaleras arriba, despertar a mis hijos y quedarme allí, sentado junto a ellos, solamente abrazándolos.os en cuenta una cosa: nada nos garantiza sobrevivir a este minuto, la sobrevivencia es obra del azar.

Artículo original en inglés:  Aquí

Entrevista a Vladimir Nabokov

Traducido por The Galimatías 
Tomado de The Paris Review (Summer-Fall 1967 No. 41).


Por Herbert Gold

Herbert Gold (H.G.): Buenos días. Pretendo hacerle cuarenta y tantas preguntas.

Vladimir Nabokov (V.N.): Buenos días. Estoy listo.

H.G.: Su sentido de la inmoralidad en la relación entre Humbert Humbert y Lolita es muy fuerte. En Hollywood y Nueva York, sin embargo, son frecuentes las relaciones entre hombres de cuarenta con chicas ligeramente mayores que Lolita. Se casan sin que se vea como un agravio público; más bien se ve con cierto agrado.

V.N.: No, no es mi sentido de la inmoralidad en la relación entre Humbert Humbert y Lolita; es el de Humbert Humbert. A él le importa, no a mí. Me importa muy poco la moral pública, en Estados Unidos o en cualquier otra parte. De cualquier modo, esos casos de cuarentañeros que  se casan con adolescentes que rondan los veinte, no tienen nada en común con Lolita. A Humbert Humbert le gustaban las niñas, no simplemente las jovencitas. Las ninfetas son jovencitas-niñas, no son jóvenes estrellas ni “gatitas sexuales”. Lolita tenía doce años, no dieciocho, cuando Humbert Humbert la conoció. Quizás recuerde que para la época en que tiene catorce, se refiere a ella como su “amante avejentada”.

H.G.: El crítico Pryce-Jone ha dicho sobre usted “sus sentimientos no se parecen a los de nadie más”. ¿Lo considera acertado? ¿O quiere decir que usted conoce sus propios sentimientos mejor que los demás conocen los suyos? ¿O quiere decir que se ha descubierto a sí mismo en otros niveles? ¿O simplemente que su historia es única?

V.N.: No recuerdo este artículo, pero si un crítico hace una declaración semejante, debe haber explorado, cuando menos, los sentimientos de millones de personas, de tres países como mínimo, antes de llegar a esta conclusión. Si es así, soy realmente un tipo pájaro raro. Por otro lado, si se limitó sólo a hacer la encuesta entre los miembros de su familia o de su club, su aseveración no se puede discutir seriamente.

H.G.: Otro crítico ha escrito que sus “mundos son estáticos. Pueden alcanzar cierta tensión por las obsesiones, pero no se desarman como los mundos de la realidad cotidiana”. ¿Está usted de acuerdo? ¿Existe una cualidad estática en su visión de las cosas?

V.N.: ¿La “realidad” de quién? ¿”Cotidiana” dónde? Permítame sugerir que el término de “realidad cotidiana” es profundamente estático ya que da por supuesto una situación que puede observarse de modo permanente, esencialmente objetiva y universalmente conocida. Sospecho que se ha inventado a ese experto en “realidad cotidiana”. Tampoco existe.

H.G.: Claro que existe. Un tercer crítico dijo que usted “disminuye” sus personajes “hasta el punto en el que se vuelven códigos de una farsa cósmica”. Yo estoy en desacuerdo. Humbert es cómico y 
por tanto guarda una cualidad conmovedora e insistente, esa del artista malogrado.

V.N.: Lo diría de otro modo: Humbert Humbert es un desgraciado presumido y cruel que se las arregla para parecer enternecedor. Ese apelativo, en su sentido más drástico, sólo puede ser aplicado a mi pobre muchachita. Además, ¿cómo podría yo “disminuir” a nivel de códigos, etc., a personajes que yo mismo creé? Uno puede “disminuir” una biografía, pero no a un fantasma.

H.G.: E.M. Forster dice que a veces sus personajes más importantes toman el mando y deciden el desarrollo de sus novelas. ¿En algún momento esto ha representado un problema o se siente completamente al mando?

V.N.: Mi conocimiento de la obra del señor Forster se limita a una novela que no me gusta. De todos modos, no fue él quien creó este pequeño y poco serio tópico de personajes que se le escapan a uno de las manos. Es tan antiguo como el uso de plumas de ave para escribir. Uno llega a compadecer a esa gente suya que se intenta escapar de una excursión a India o adónde sea que los lleve. Mis personajes son esclavos de galera.

H.G.: Clarence Brown, de la Universidad de Princeton ha señalado semejanzas sorprendentes en su obra. Se refiere a usted como “extremadamente redundante” y que en esencia dice siempre lo mismo de modos diversos. Habla del destino como “la musa de Nabokov”. ¿Ha tenido alguna vez la certeza de estarse repitiendo? ¿O, para ponerlo de otra manera, se esfuerza por lograr una unidad deliberada en el conjunto de sus libros?

V.N.: No creo haber leído el ensayo de Clarence Brown, pero tal vez haya algo allí. Algunos escritores poco originales parecen polifacéticos porque imitan a muchos, del pasado y del presente. La originalidad artística no tiene más que un solo modelo: uno mismo.
H.G.: ¿Piensa usted que la crítica literaria tiene un fin determinado, ya sea de manera general o específicamente cuando trata sus libros? ¿Llega en algún momento a ser instructiva?

V.N.: El propósito de un crítico es decir algo sobre un libro que puede haber leído o no. La crítica puede ser instructiva en el sentido que proporciona a los lectores, incluyendo al autor del libro, información de la inteligencia del crítico, de su honestidad o de ambas.

H.G.: ¿Y sobre la función de los editores? ¿En algún caso le han podido dar un buen consejo literario?

V.N.: Cuando dice editor supongo que se refiera a los correctores de prueba. Entre éstos he conocido a criaturas transparentes de una ternura y un tacto ilimitados que podían  discutirme un punto y coma como si fuera un asunto de honor -lo que, a decir verdad, es a menudo un tema artístico. Pero también me he enfrentado a algunos brutos paternalistas y pomposos que intentan “sugerir”, sugerencias que yo contrarresto con un ensordecedor  ¡quieto!

H.G.: ¿Es usted aficionado a los lepidópteros, al acecho de sus víctimas? Si es así, ¿no las espantan sus carcajadas?

V.N.: Al contrario, las arrullan y las dejan en un estado de esa seguridad aletargada que experimenta un insecto cuando imita una hoja muerta. Aunque de ninguna manera sea un lector constante de las reseñas sobre mi propio trabajo, suelo recordar un ensayo de una joven que trató de encontrar símbolos entomológicos en mi narrativa. El ensayo hubiera podido ser divertido si ella hubiera tenido alguna idea sobre los lepidópteros. Desgraciadamente, reveló su completa ignorancia y se embrolló con términos discordantes y absurdos.

H.G.: ¿Cómo definiría su desapego de la llamada emigración blanca?

V.N.: Bueno, desde la percepción histórica, soy parte de esa emigración blanca, ya que todos los rusos que dejaron el país en los primeros años de la tiranía bolchevique debido a su oposición a ella, fueron llamados y se les conoce como “rusos blancos”. Pero esos refugiados se separaron en numerosas fracciones sociales y facciones políticas, del mismo modo que ya lo estaba la nación antes del golpe bolchevique. No me mezclo con los Centenas Negras y no me mezclo con los llamados “bolchevizantes”, es decir los “rosas”. Por otro lado, tengo intelectuales amigos entre los Monarquistas Constitucionales y también entre los Revolucionarios Sociales. Mi padre era un liberal a la antigua y no me importa si me etiquetan también como un liberal a la antigua.

H.G.: ¿Cómo definiría su desapego de la Rusia actual?

V.N.: Con una profunda desconfianza de ese falso deshielo que se anuncia. Con una consciencia permanente de iniquidades. Con una completa indiferencia a todo lo que mueve al patriota soviético de hoy. Con la satisfacción de haber discernido desde 1918 la esencia filistea del leninismo. 

H.G.: ¿Qué consideración le merecen actualmente poetas como Blok, Mandelshtam y otros que escribían antes de su partida de Rusia?

V.N.: Los leí en mi juventud, hace más de medio siglo. Desde esa época, sigo apasionado por el lirismo de Blok. Sus obras largas son flojas y la famosa Los doce es espantosa, escrita  conscientemente en un falso tono primitivista, como si tuviera una estampita rosa de Jesucristo pegada al final. En cuanto a Mandelshtam, también me lo sabía de memoria, pero me daba menos placer. Actualmente, a través del prisma de un destino trágico, su poesía parece más grandiosa de lo que realmente es. Sé que algunos profesores de literatura todavía incluyen a estos poetas en los programas educacionales. No hay más que una sola escuela, la del talento.

H.G.: Sé que su obra ha sido leída y atacada en la Unión Soviética. ¿Qué pensaría usted de una edición soviética de su obra?

V.N.: Sería bienvenida. De hecho, Editions Victor acaba de sacar mi libro “Invitación a una decapitación”, una reimpresión del original ruso de 1935; y la editorial Phaedra de Nueva York publicará la traducción de Lolita al ruso. Estoy seguro que el gobierno soviético estará feliz de admitir oficialmente una novela que parece contener una profecía del régimen de Hitler y que condena encarnizadamente el sistema americano de los moteles.

H.G.: ¿Ha tenido algún contacto con ciudadanos soviéticos? ¿De qué tipo?

V.N.: No tengo con ellos prácticamente ningún contacto, aunque acepté una vez, a principio de los treinta o a finales de los veinte, recibir a un agente de la Rusia bolchevique que se dedicaba a tratar  que escritores y artistas emigrados volvieran al redil. Se llamaba Lebedev algo, había escrito una novela corta titulada "Chocolate" y pensé que podría divertirme un poco con él. Le pregunté si me permitirían escribir con total libertad y dejar Rusia si aquello no me gustaba. Me contestó que estaría tan ocupado queriéndola que no me quedaría tiempo para soñar en regresar al extranjero. Tendría toda la libertad, agregó, para escoger entre los numerosos temas que la Rusia soviética generosamente deja que use un escritor: las granjas, las fábricas, los bosques de Pakistán; montón de asuntos fascinantes. Le contesté que las granjas me aburrían y mi malvado seductor pronto renunció. Tuvo mejor suerte con el compositor Prokoviev.

H.G.: ¿Se considera norteamericano?

V.N.: Sí. Soy tan norteamericano como abril en Arizona. La flora, la fauna, el aire de los estados del oeste, esos son mis vínculos con la Rusia asiática y ártica. Por supuesto debo demasiado a la lengua y al paisaje ruso para estar emocionalmente involucrado en un plano espiritual con, digamos, la literatura regional norteamericana, las danzas indias, o el pastel de calabaza; pero sí siento un baño de calidez, de orgullo festivo cuando muestro mi pasaporte verde de los Estados Unidos en las fronteras europeas. Una crítica burda de los asuntos norteamericanos me ofende y me aflige. En política interior soy totalmente antirracista. En política exterior, definitivamente estoy del lado del Gobierno. Y cuando dudo, sigo siempre el método sencillo de escoger la línea de conducta que más disgustaría a los rojos y los Russells.

H.G.: ¿Hay alguna comunidad de la cual se siente parte?

V.N.: No. Puedo juntar mentalmente un gran número de individuos que me son simpáticos, pero formarían un grupo muy disparejo y discorde reunidos en la vida real. De lo contrario, podría decir que me siento bastante cómodo en compañía de intelectuales norteamericanos que se han leído mis libros.

H.G.: ¿Cuál es su opinión del mundo académico como entorno para un escritor? ¿Podría hablar específicamente de las ventajas o perjuicios de su etapa como profesor en Cornell?

V.N.: Una biblioteca estudiantil de primera rodeada de un cómodo campus es un entorno muy bueno para un escritor. Existe, por supuesto, el problema de educar a los jóvenes. Recuerdo un día, y esto no ocurrió en Cornell, en período de vacaciones, que un estudiante llevó un transistor a la sala de lectura. Se encargó de aclarar que uno, estaba escuchando música “clásica”; dos, el sonido estaba bajo; y tres, no había muchos lectores por allí en verano. Y allí estaba yo, multitud de un solo hombre.

H.G.: ¿Podría describir su relación con la comunidad literaria contemporánea? ¿Con Edmund Wilson, Mary McCarthy, los editores que publican sus artículos y libros?

V.N.: La única vez que colaboré con un escritor fue hace veinticinco años, cuando traduje con Edmund Wilson "Mozart y Salieri" de Pushkin, para el New Republic. Un recuerdo más bien paradójico ya que, después, el año pasado, se hizo el gracioso atreviéndose a cuestionar mi manera de entender "Eugene Onegin". En cambio, Mary McCarthy ha sido muy amable conmigo recientemente en algo que escribió en el propio New Republic, aunque creo que le agregó algo de su propio encanto al pudín de ciruela de Kinbote en Pale Fire. Prefiero no mencionar aquí mi relación con Girodias, pero ya he contestado en Evergreen su despreciable artículo en la antología Olympia. En cambio, estoy en perfecta sintonía con mis editores. Mi cálida amistad con Catherine White y Bill Maxwell del New Yorker es algo que el escritor más arrogante no puede evocar sin gratitud y deleite.

H.G.: ¿Podría decir algo acerca de sus hábitos de trabajo? ¿Establece algún plan previo? ¿Salta usted de una parte a otra o desarrolla la escritura de principio a fin?

V.N.: El patrón de las cosas precede a las cosas en sí. Relleno el crucigrama en cualquiera de los cuadros que se me ocurra elegir. Esos trozos los paso a fichas hasta que termino la novela. Mi plan es flexible, pero soy muy especial en lo concerniente a las herramientas: tarjetas Bristol rayadas y lápices con punta bien afilada y con goma.

H.G.: ¿Hay alguna faceta en particular del mundo que quisiera tratar? El tratamiento del pasado es habitual en su obra, incluso en una novela como Bend Sinister ("Barra siniestra") que se desarrolla en el futuro. ¿Es usted un “nostálgico”? ¿En qué tiempo preferiría vivir?

V.N.: En días venideros de aviones silenciosos y elegantes velocípedos aéreos, de cielos plateados sin nubes y un sistema universal de carreteras subterráneas acolchadas a las que no tendrían acceso los camiones. En cuanto al pasado, no me importaría recuperar algunas comodidades perdidas, por ejemplo, los pantalones bombachos, las largas y profundas bañeras.

H.G.: Ya sabe que no está obligado a contestar a todas mis preguntas estilo Kinbote.

V.N.: De ninguna manera empezaría a saltar las tramposas. Continuemos.

H.G.: Además de escribir novelas, ¿qué más le gusta -o le gustaría- hacer?

V.N.: Cazar y estudiar mariposas, por supuesto. Los placeres y las recompensas de la inspiración literaria no son nada comparados con el embeleso al descubrir un órgano nuevo bajo el microscopio, o una especie desconocida en la ladera de una montaña de Irán o de Perú. Es posible que si no hubiera ocurrido la revolución en Rusia, me habría dedicado completamente a la lepidopterología y no habría escrito ninguna novela.

H.G.: ¿Cómo se representa el Poshlust en la escritura contemporánea? ¿Se siente o se ha sentido tentado al pecado Poshlust?

V.N.: Poshlust o, en una mejor transliteración, Poshlost (término ruso de cuestionada traducción que en ocasiones ha sido definido como "mal menor o vulgaridad que se satisface así misma"), tiene muchos matices y evidentemente, si piensa usted que le puede preguntar a cualquiera si se ha sentido tentado por Poshlost, no los he descrito claramente en mi librito sobre Gogol. Estos son ejemplos obvios: basura cursi, clichés vulgares, filisteísmo en todas sus fases, imitación de imitaciones, falsa profundidad, seudoliteratura inacabada, deficiente y deshonesta. Ahora, si queremos restringirlo a la escritura contemporánea, debemos buscarlo en el simbolismo freudiano, en las mitologías recurrentes, comentarios sociales,  mensajes humanísticos, alegorías políticas, preocupaciones exageradas por temas como raza o clases sociales; y las generalidades periodísticas que todos conocemos. Poshlost despliega conceptos del tipo “Estados Unidos no está mejor que Rusia”, o “todos compartimos la culpa de Alemania”. Los frutos del Poshlost alcanzan su esplendor en frases y términos como: “el momento de la verdad”, “carisma”, “existencial” (empleado con toda seriedad), “diálogo” (como se usa en los encuentros políticas entre países), y “vocabulario” (aplicado a un embadurnador de cuartillas). Decir de carrerillas Auschwitz, Hiroshima y Vietnam es un Poshlost sedicioso. Pertenecer a un club muy selecto (que ostenta un nombre judío -el del tesorero-) es un Poshlost refinado. Las reseñas de revistuchas son con frecuencia Poshlost que merodean el ensayo pomposo. A través del Poshlost se le llama gran poeta al señor Vacío y gran novelista al señor Alarde. Uno de los lugares favoritos del Poshlost siempre han sido las exposiciones de arte; allí surge de la mano de supuestos escultores que trabajan con herramientas de demolición, construyen muñecos de acero inoxidable, estéreos zen, pájaros de polietileno, trouvés en letrinas, balas de cañón, pelotas en conserva. En las galerías podemos admirar las muestras estilo gabinetti de artistas llamados abstractos, surrealismo freudiano, manchas del test de Rorschach. La lista es larga y, por supuesto, cada uno tiene su bête noire, su mascota negra. La mía es ese anuncio de una línea de aviación: la azafata servicial le sirve un tentempié a una pareja joven -ella observa extasiada el canapé de pepino y él mira con deseos a la azafata. Y, evidentemente, "Muerte en Venecia". Dese cuenta el trecho entre uno y otro.

H.G.: ¿Lee a algún escritor contemporáneo con placer?

V.N. A muchos de ellos, pero prefiero no decir sus nombres. El placer anónimo no ofende a nadie.

H. G.: ¿Hay alguno que le disguste especialmente?

V.N.: No. Hay muchos autores reconocidos que simplemente no existen para mí. Sus nombres están grabados sobre tumbas vacías, sus libros son simples, insignificantes de acuerdo a mi gusto literario. Brecht, Faulkner, Camus –y muchos otros-, no significan absolutamente nada para mí y me veo obligado a atenuar sospechas de conspiración contra mi cerebro cuando veo que los críticos y colegas escritores aceptan como gran literatura las copulaciones de Lady Chatterley o las sandeces pretenciosas de Mr. Pound que en realidad son una impostura total. Noté que en algunos hogares, sustituyó al Dr. Schweitzer.

H.G.: Como admirador de Borges y Joyce parece compartir su placer en enredar al lector con trucos, juegos de palabras y rompecabezas. ¿Cómo considera que deba ser relación entre el lector y el autor?

V.N.: No recuerdo ningún juego de palabras en Borges, pero sólo leí traducciones. De todos modos, sus delicados cuentos cortos y sus minotauros en miniatura no tienen nada que ver con las grandes máquinas de Joyce. Tampoco encuentro muchos rompecabezas en su novela más lúcida, "Ulises". Por otro lado, detesto Punningans Wake (sic), donde el crecimiento canceroso de un fantasioso tejido verbal no exime la tremenda jovialidad del folklore y la fácil, demasiado fácil, alegoría.

H.G.: ¿Qué aprendió de Joyce?

V.N.: Nada. James Joyce no me ha influenciado lo más mínimo. Mi primer contacto con "Ulises" fue alrededor de 1920, en la Universidad de Cambridge; un amigo, Peter Mrozovski, había traído una copia de París y se le ocurrió leerme un par de pasajes picantes del monólogo de Molly, que, entre nous soit dit, es el capítulo más débil del libro. Solamente quince años después, cuando era ya un escritor formado, sin deseos de aprender o desaprender nada, leí "Ulises" y lo aprecié enormemente. Finnegans Wake me es indiferente como me pasa con cualquier literatura regional escrita en dialecto —aunque sea el dialecto de un genio.

H.G.: ¿No está escribiendo un libro sobre James Joyce?

V.N.: No sólo sobre él. Lo que trato de hacer es publicar varios ensayos de aproximadamente veinte páginas de extensión sobre varias obras —"Ulises", "Madame Bovary", "La Metamorfosis" de Kafka, "Don Quijote" y otros—, basados todos en las conferencias dictadas en Cornell y Harvard. Recuerdo haber destrozado "Don Quijote" ante seiscientos estudiantes en el Memorial Hall, y eso provocó horror y  desconcierto a algunos de mis colegas más conservadores.

H.G.: ¿Qué me dice de otras influencias, de Pushkin, por ejemplo?

V.N. En algún sentido —no más, digamos, que Tolstoi o Turguénev fueron influenciados por el orgullo y la pureza del arte de Pushkin.

H.G.: ¿Gogol?

V.N.: Tuve el cuidado de no aprender nada de él. Como maestro es dudoso y peligroso. En sus peores trabajos, como en sus cosas de Ucrania, es un escritor sin valor; en sus mejores, es incomparable e inimitable.

H.G.: ¿Algún otro?

V.N.: H.G.Wells, es un gran artista y fue mi autor favorito de chico. The Passionate Friends, "Ann Veronica", "La máquina del tiempo", "El país de los ciegos"; todas esas son mucho mejores que cualquier cosa de Bennett o de Conrad, de hecho, que cualquier cosa escrita por los contemporáneos del propio Wells. Tranquilamente se pueden ignorar sus meditaciones sociológicas, pero sus novelas y fantasías son excepcionales. Durante una cena en nuestra casa de San Petersburgo, Zinaida Vengerov, su traductora, le dijo a Wells: “De sus obras, mi favorita es "El mundo perdido". “Se refiere a la guerra que perdieron los marcianos”, comentó con rapidez mi padre. Fue una situación más bien incómoda.

H.G.: ¿Aprendió algo de sus estudiantes de Cornell? ¿Fue una experiencia solamente de valor económico o le aportó algo valioso?

V.N.: Mi método de enseñanza descarta el verdadero contacto con los estudiantes. En el mejor de los casos, hacían regurgitar algo mi cerebro durante los exámenes. Cada una de las conferencias que dicté había sido escrita a mano y  mecanografiada con mucho cariño; las leía tranquilamente en clase, en ocasiones deteniéndome para corregir una oración o repetir un párrafo —un detalle nemotécnico que, sin embargo, rara vez provocaba algún cambio en el ritmo de las manos que lo transcribían. Agradecía la presencia de unos pocos con habilidades en taquigrafía, y tenía la esperanza que pudieran pasar la información que habían podido recoger a sus compañeros menos afortunados. Traté de reemplazar mi asistencia a las conferencias por grabaciones que fueran reproducidas a través de la radio del campus. Por otro lado, disfrutaba mucho las risitas que surgían aquí o allá en algunos momentos de la conferencia. La mejor recompensa viene de antiguos alumnos quienes, diez o quince años más tarde, me escriben para decirme que entienden ahora qué quería de ellos cuando les enseñaba a visualizar el mal traducido peinado de Madame Bovary, o el orden de las habitaciones, o los dos homosexuales en "Ana Karenina". No sé si aprendí algo al enseñar, pero sé que amasé una cantidad invaluable de información apasionante al analizar una docena de novelas para mis alumnos. Como debe usted saber,  mi salario entonces no era lo que podemos llamar espléndido.

H.G.: ¿Le gustaría decir algo sobre la colaboración que le ha prestado su esposa?

V.N.: Fue consejera y juez en la escritura de mi primera narrativa, al principio de los años veinte. Le he leído por lo menos dos veces todos mis relatos y novelas; y ella los ha vuelto a leer todos al mecanografiarlos, corregir las pruebas y asesorando las traducciones a varios idiomas. Un día, en 1950, en Ítaca, Nueva York, fue la responsable de haberme detenido, y pedido que me lo pensara de nuevo cuando yo, bloqueado por dificultades técnicas y dudas, llevaba los primeros capítulos de Lolita al incinerador del jardín.

H.G.: ¿Cuál es su relación con las traducciones de sus libros?

V.N.: En lo referente a idiomas que sabemos o podemos leer mi mujer y yo -inglés, ruso, francés y, hasta cierto punto, alemán e italiano- aplicamos un sistema de verificación estricta de cada frase. En cuanto a las traducciones al turco o el japonés, prefiero no imaginar los desastres que probablemente salpican cada página.

H.G.: ¿Cuál es su próximo proyecto literario?

V.N.: Estoy escribiendo una nueva novela, pero no puedo hablar de ella. Otro proyecto que estoy acariciando desde hace algún tiempo, es la publicación del guión completo de "Lolita" que hice para Kubrick. Aunque haya suficientes préstamos de mi guión en su versión como para justificar mi posición legal como autor, la película es sólo un reflejo confuso y mezquino del maravilloso cuadro que imaginé y escribí escena tras escena, durante los seis meses que trabajé en una casa de Los Ángeles. No pretendo sugerir que la película de Kubrick sea mediocre; por derecho propio es de primera categoría, pero no es lo que escribí. El cine suele dar su matiz poshlost a la novela que la distorsiona y la hace basta como en un espejo sinuoso. Creo que Kubrick evitó ese error en su versión, pero nunca entenderé por qué no siguió mis orientaciones y mis sueños. De verdad es una lástima. Pero por lo menos, la gente podrá leer mi guión de "Lolita" en su forma original.

H.G.: Si pudiera escoger uno y solamente uno de sus libros con el que fuera recordado, ¿cuál sería?

V.N.: El que estoy escribiendo, o quizás el que sueño escribir. En realidad, me recordarán por Lolita y mi trabajo sobre "Eugenio Oneguin".

H.G.: ¿Como escritor, piensa que tiene algún defecto, manifiesto u oculto?

V.N.: La ausencia de un vocabulario natural. Algo extraño para ser confesado, pero cierto. De los dos instrumentos que poseo, el primero —mi lengua materna— ya no la puedo utilizar, no solamente porque no tengo una audiencia rusa, sino también porque la excitación de la aventura verbal en el medio ruso se desvaneció paulatinamente después de que me pasé al inglés en 1940. La lengua inglesa, este segundo instrumento que tuve siempre, es, sin embargo, algo rígido, artificial, que puede servir muy bien para describir un insecto o una puesta de sol, pero que no puede ocultar la pobreza de su sintaxis y la parquedad del lenguaje doméstico cuando necesito escoger la mejor opción entre dos palabras similares. No siempre se prefiere un viejo Roll Royce a un simple Jeep.

H.G.: ¿Qué piensa usted de los rankings competitivos de autores contemporáneos?

V.N. Sí, he notado que nuestros críticos profesionales son verdaderos corredores de apuestas. Quién está dentro, quién está fuera, dónde quedaron las nieves de antaño. Todo esto es muy entretenido. Siento un poco que me dejen afuera. Nadie es capaz de decidir si soy un escritor americano de mediana edad, un viejo escritor ruso o una rareza internacional sin edad.

H.G.: ¿Qué es lo que más lamenta en su carrera?

V.N.: No haber venido antes a Estados Unidos. Me habría gustado vivir en la Nueva York de los años treinta. Si mis novelas rusas hubieran sido traducidas entonces, hubiesen provocado un impacto y una lección para los entusiastas pro-soviéticos.

H.G.: ¿Encuentra usted inconvenientes importantes a su fama actual?

V.N.: "Lolita" es famosa, yo no. Soy un muy desconocido novelista de nombre impronunciable.


Texto original en inglés Aquí.

Entrevista a Martin Amis

Traducido por The Galimatías
The Guardian, 1 de enero de 2010

Stephen Moss


Martin Amis es el novelista más discutido en el Reino Unido, en gran parte, sospecho, porque casi nadie lo lee. Hace unos días, poco después de mi entrevista con Amis, me encontré con un vecino, hombre culto, y le pregunté qué pensaba de su obra. Había leído uno de sus libros hacía años –ni siquiera recordaba por qué no le había gustado-, pero sí sabía todo sobre el escándalo y las acaloradas discusiones motivadas por esas declaraciones de Amis donde se refería a un "tsunami de plata" donde los ancianos decrépitos deberían ser exterminados. Por cosas como esta es que el Amis polémico oscurece la labor del Amis escritor, ese que esta semana publica su novela número doce: “La viuda embarazada”.

Amis vive en una casa grande aunque no ostentosa, en el norte de Londres. La comparte con su esposa, la escritora Isabel Fonseca, y sus hijas Fernanda y Clio. Su padre, Kingsley, tuvo una casa en la misma calle -compartida en el alcohólico final de su vida con su primera esposa (la madre de Amis) y el tercer marido de ésta.

Cuando llegué, Amis bebía una cerveza y buscó otra para mí. Me sorprendió la frialdad con que trataba a la fotógrafa y pensé que quizás fuera por haber sido fotografiado ya demasiadas veces. Todo lo que pidió –la falta de relación entre los dos terminó con un flash de la cámara- es que no le fotografiara echado hacía atrás ya que le hacía parecer arrogante.

Amis tiende a arrastrar las palabras y a hablar en fragmentos, trozos de pensamiento: describe el alboroto que rodea a la publicación de un libro como epifenómenos. ¿Qué debemos hacer con esa loca visión suya del tsunami de plata?

          Habrá una población de ancianos dementes, algo así como una invasión de terribles inmigrantes, apestando restaurantes, bares y tiendas... Debería haber una cabina en cada esquina donde lograr un brebaje y una medalla por decir adios.

En Google se pueden encontrar más de 137 000 resultados de la búsqueda Amis más eutanasia. Después, cuando la tormenta fue tomando fuerza, declaró que lo había dicho en tono satírico.

En el fondo, como él mismo admite, es un novelista humorístico, y también algo que podríamos denominar un polemista humorístico. "Es la manera en que se perciben estas cosas", dice cuando le recuerdo aquella tormenta en los medios de comunicación en los noventa, cuando el estado de su dentadura y los enfrentamientos con Julian Barnes eran los principales temas de discusión en los ambientes literarios.


                 Nunca se tiene en cuenta el contexto; pero andar extremando el cuidado con todo lo que digo o censurándome es algo que no me interesa. No era una ataque a los viejos –no falta mucho para que yo mismo lo sea- y creo que me arriesgué a caer en complicaciones de tipo legal, pero mantengo la idea básica: es necesario tener un medio para poner fin a la vida.

Si se leyera la descripción de los últimos años de Kingsley que aparece en su libro “Experiencia” (Anagrama, 2000), se podría entender el temor de Amis. Recuerda a su padre, intelectualmente aniquilado y sentado frente a la máquina de escribir, tecleando una y otra vez la palabra "gaviotas”. Le teme a su propia decadencia como escritor.

Amis comenzó “La viuda embarazada” poco después de la publicación de su muy mutilada novela “Perro amarillo” en 2003. Previó un libro extenso y lo describió como "absolutamente autobiográfico". "La novela fue una lucha terrible", dice.

                Luché con él durante cuatro años. Las primeras cien páginas lucían bien, parecían funcionar, pero era sólo en lo referente a la técnica y las artimañas narrativas, no por la historia que quería contar. Me di cuenta que no funcionaba la Semana Santa del año anterior, en Uruguay –su mujer Isabel Fonseca tiene ascendencia uruguaya- estando de vacaciones. Leí lo que tenía escrito y pensé: está completamente muerto, inerte. Tuve un par de semanas terribles, luego volví sobre ello y me di cuenta que en realidad allí había dos libros.

Se dedicó a separarlos. En éste hay mucho de relaciones sexuales (al menos de confabulaciones para tener relaciones sexuales) y poco de literatura. El segundo libro, al que le queda aún algún tiempo y que saldrá después de una novela satírica llamada State of England, tendrá mucho de literatura y poco de sexo. El sexo y la literatura, es justo decir, han sido los principales temas de Amis, aunque el orden de importancia ha fluctuado a lo largo de los años.

Afirma que “La viuda embarazada” tiene poco de autobiográfico, pero pocos le creen. La revista Private Eye, desde luego, no. En una divertida parodia de la última edición, lo identifican con Keith Mart, el personaje central, y dicen tener fe en que algún día pueda escribir una novela ligeramente convincente. Mientras tanto, The Telegraph ha ido en busca de Gloria Beautyman, la mujer sexualmente voraz que acosa a Keith en el baño compartido del castillo italiano en el que los personajes pasan el verano de 1970. El periódico propone como candidatas a un grupo de novias de juventud del escritor, incluidas Tina Brown, Emma Soames, Julie Kavanagh y Angela Gorgas. Amis lo niega:

                    Esa es la manera más rudimentaria de leer el libro, pero es más bien culpa mía al decir que iba a ser totalmente autobiográfico. Sólo le ha dado a Keith mi estatura y mi año de nacimiento: 1.70 metros y 1949, es todo. Y las cuestiones referentes a mi hermana.

Su hermana Sally era alcohólica y murió en el año 2000, con 46 años, y, según una cruel frase de Amis en referencia a sus últimos años de vida, era "patológicamente promiscua". En “La viuda embarazada”, Sally renace como la hermana menor de Keith, Violeta: una mujer dolida, bebedora habitual, siempre envuelta en relaciones violentas y desesperanzadas. Amis alguna vez explicó el caso de Sally como víctima de la liberación sexual de los años 60; su madre tomó distancia de ese razonamiento y también él parece reconocer que era demasiado simplista.
                 Mi hermana se habría esforzado en cualquier sociedad. Todo lo que la revolución sexual hizo por su destino fue ofrecerle un entorno y un estilo peculiares."

¿Y siente que le falló en algún modo?

                 Hasta cierto punto sí. Debí dedicarle más horas, lo siento así. Mi hermano -Philip, artista, un año mayor que Amis- dedicó muchas más que yo; mi madre puso infinitamente mucho más que yo; y mi padre en realidad tenía cierta dependencia de ella por esa época. De todos modos, no reaccionó ante nadie. Me sentía bien cuando le daba algo de dinero que le servía para salir de algunos problemas o poner parches en su vida, pero todo indicaba que cualquier cosa que no fuera dedicarle todo no habría significado gran diferencia.

Amis cree que el libro puede ser atacado por grupos feministas, esencialmente porque en él se sugiere que la revolución sexual posibilitó que las mujeres empezaran a comportarse de manera contraria a su propia naturaleza, convirtiéndolas en chicos arrogantes (el adjetivo más común en la novela para designarlas) y narcisistas. Sin embargo, insiste en que ha escrito un libro feminista.



               Yo he sido una feminista convencido desde los 80. En Nueva York, Gloria Steinem fue capaz de convencerme en un solo día. Y lo logró utilizando una única figura retórica, una muy eficaz: sólo invierte los sexos: ¿qué pasaría si los hombres tuvieran la menstruación, qué si los hombres fueran quienes tuvieran los niños? Es incontestable.


Lo que le defiende es un "arreglo digno" entre hombres y mujeres. Antes de los años 60 las mujeres eran en gran parte ciudadanos de segunda clase confinados al hogar. Luego se liberaron, económica y sexualmente -una revolución que produjo mucha ganancia y alguna pérdida.

           Todas las decisiones difíciles recaían en las mujeres. Los hombres no tenían necesidad de cambiar. Sólo estaban ligeramente al tanto de que se estaba produciendo un cambio y se preguntaban cómo iba a ir. Pero las mujeres tenían un papel difícil. Hubo una fase igualitaria, que es la que ocurre en la época cuando se desarrolla el libro y en la que ambos sexos eran iguales –esa era la ridícula ortodoxia. Pero creo que las chicas no tenían otro modelo que el de los hombres, así que comenzaron a comportarse como hombres y aún siguen haciéndolo. Algunas lo afrontaron bien, otras no, sus corazones no estaban por la labor.

En un pasaje de la novela, Keith se encuentra con Rita cuatro décadas después del verano de 1970 y le pregunta si finalmente había tenido los diez hijos que entonces decía querer. "Creo que me olvidé de eso", dice y rompe a llorar. Amis dice que entre las mujeres de su generación

             había un montón de Ritas que pusieron mucho énfasis en la recreación y el entretenimiento, que no se casaron ni tuvieron hijos.

Amis, sin embargo, se empeña en asegurar que no pretende atacar los años 60, la revolución sexual ni la emancipación de la mujer. Más bien, lo que intenta señalar es que todas las revoluciones transcurren en etapas y producen víctimas.

Desvincular la realidad y la ficción en “La viuda embarazada” mantendrá ocupados durante meses a los escrutadores literarios. Rob Henderson, gran amigo y ex compañero de piso que finalmente terminó en la cárcel y murió en 2002, está inmortalizado como Kenrik, el alter ego hermoso, iletrado y amoral de Keith. El poeta Ian Hamilton es Neil Darlington. Hay muchos ecos de la vida ficcional de Keith en las memorias de Amis publicadas el año 2000. Entonces, ¿es autobiográfica o no?

             Los únicas figuras que se puedan asociar a personas reales es porque esas personas están muertas. Esa fue la regla.

¿Es Keith aquello en lo que se podría haber convertido Amis si hubiera conservado su empleo en la agencia de publicidad J. Walter Thompson en lugar de decantarse por la carrera literaria? Keith, aspirante a poeta, hace lo contrario: opta por la publicidad y la liquidez inmediata.

              Hay un poco de eso.

¿Por qué, después de haber rastreado en su vida tan conmovedoramente en “Experiencia” -el divorcio de sus padres, la muerte de su padre, el descubrimiento de que su prima Lucy Partington había sido una de las víctimas de Fred West-, vuelve al tema desde la ficción? Amis habla sobre el crecimiento vital que se descubre a partir de los cincuenta años. “Hay una presencia enorme e insospechada dentro de tu ser", dice en “La viuda embarazada”, “como un continente por descubrir.” Quería recorrer una ruta a través de este tema.

             Pensé que podría haber una forma narrativa de tratarlo, pero fue un gran error. John Banville me dijo que era imposible, y así fue.

Salvo que, a pesar de las protestas de Amis, lo que ha aparecido remite estrechamente a vida. La parodia de Private Eye es graciosa porque contiene una verdad.

La imagen que más se retiene de Martin Amis es la del chico malo de la literatura con un cigarrillo colgado a sus gruesos labios, algo así como el Mick Jagger de la narrativa. Sin embargo, cuando uno lee “Experiencia” siente toda su vulnerabilidad. Allí describe cómo se sentía en el funeral Lucy Partington, en el verano de 1994.

              Yo nunca había experimentado la miseria y la inspiración en una combinación tan pura. Mi cuerpo se constreñía a mi corazón.

En “La viuda embarazada”, Keith no se realiza como poeta porque no es capaz de conectar pensamiento y emoción,  “la década de broma” de los años 70 había arrasado al sentimiento. Amis está fascinado por la forma en que él mismo ha cambiado desde principios de los 90, época en la que admite tuvo su crisis de madurez. En su forma más simple: descubrió la pureza del amor, el amor sin ego -la esencia de esa "experiencia de la transfiguración"- en el funeral de su prima. Las mujeres y los reconocimientos de los primeros años se convirtieron en redentores.

Hoy el escritor aparenta ser totalmente feliz con Fonseca, como un reflejo de la dicha que encuentra Keith con su tercera esposa Conchita. Mientras hablo con él llegan sus hijas, llaman a la puerta de salón y le muestran con orgullo un gatito que llevan como un premio en una sábana blanca. La interrupción dura sólo unos minutos -son unas niñas educadas, casi adolescentes que hablan con acento americano-, y disfruto la escena, el recordatorio de que incluso los grandes escritores tienen sus rutinas y deberes familiares.

Este es su segundo matrimonio. El primero fue con Antonia Phillips, con quien tuvo dos hijos que ya tienen más de veinte años, y terminó en 1993. Tiene además otra hija, Delilah, nacida tras de un breve romance con Lamorna Seale, en 1974 y con quien no tuvo ninguna relación hasta que cumplió 19 años. Delilah tuvo un hijo en 2008, lo que conviertió a Amis en abuelo -"es tan poco cool”. También está en contacto con la hija de Sally, Catherine, que fue adoptada desde muy pequeña porque Sally era incapaz de cuidar de ella. La vida de Amis es más densa de lo que cualquiera de sus novelas podría aspirar a ser.

The Bookseller
describe “La mujer embarazada” como un regreso a la forma.

                    ¿Qué es esa mierda del regreso? Nunca se había ido. Regresar a la forma se va a convertir en una especie de slogan, a no ser que se vaya al otro extremo y digan “una nueva escalada de la decadencia”.

Hay que pasar por encima de esas cosas, le digo.

                  Estoy harto de pasarle por encima a las cosas. Siempre he estado pasando por encima.

Se podría llegar a pensar que no le interesa la aprobación crítica o del público, o la falta de reconocimiento de los jurados de los premiso Booker, pero sería muy alejado de la verdad. Recuerda las reseñas de Pero Amarillo como especialmente amargas y lo asemeja a tener la gripe durante una semana. Cuando le recuerdo el famoso ataque del novelista Tibor Fisher al libro –“'Perro amarillo' no es malo al estilo de no es muy bueno o ligeramente decepcionante. Es malo de modo absoluto, es como cuando sorprenden a tu tío favorito masturbándose en el patio del colegio"-, la ira de Amis es evidente.

                  Todo lo que Tibor Fischer hizo fue dejar claro que se podía decir absolutamente cualquier cosa sobre este libro. No fue sólo una reseña. Cualquiera que pudiera sostener un lápiz quería intentarlo. Espero que no haya otro momento como aquel en mi vida.

Amis asegura que en los noventa se convirtió en aquel de quien se podía decir cualquier cosa. Su divorcio, el cambio de quien fuera su agente por mucho tiempo Pat Kavanagh por otro que trabaja desde Nueva York, Andrew "el chacal" Wylie, el consecuente desencuentro con Julian Barnes, esposo de Kavanagh, y el exagerado adelanto solicitado por el libro The Information (supuestamente para pagar el arreglo de sus problemas dentales); todo esto combinado lo convirtió en una celebridad literaria, un objetivo a derribar. Su fascinación con el 11-S y el deseo de dar argumentos contra el terrorismo –en 2006 declaró al Times que la comunidad musulmana tendría que sufrir hasta que solucionaran sus cuestiones internas- hicieron que su figura fuera aún más célebre y controvertida. ¿Por qué regresa con tanta frecuencia a los sucesos de 11 de septiembre?

                      Nunca creí que un hecho de tal magnitud ocurriera en mi vida.

Ve al islam como una forma de tiranía, similar al Nacismo que trató en Time´s Arrow y el estalinismo que atacó en Koba  the Dread. Ha sido acusado de dar un giro a la derecha (“convirtiéndose en su padre” es la expresión que usan sus críticos), pero lo niega y asegura que lo que describía en The Experience –izquierda libertaria del centro- se mantiene.

En ocasiones sus incursiones en todo tipo de controversia genera más calor que luz, pero esto puede ser, según él mismo, el rol democrático del novelista.

                      Cada vez estoy más sorprendido por lo diferentes que son el novelista y el poeta. Ahí está el soneto “El novelista”, de Auden. Los poetas ‘arrasan como húsares’, pero el trabajo del novelista es estar con lo aburrido, lo feo, lo sucio. Desde su ser, tanto como le sea posible, entiende los males de todos. Para ser novelista debes convertirte en todos y los poetas nunca llegan a salir de sí mismos.

Me pregunto si Amis, como su padre, nunca ha escrito poesía.

                      He escrito y publicado un par de poemas. Siempre que Kingsley creía que se me iba de las manos, me decía: ‘no acabo de ver ese primer libro de poemas, lo intento, pero no lo veo; es muy desconcertante’.

Texto original en inglés: Aquí 

Entrevista a David Foster Wallace

Traducido por The Galimatías
Por Laura Miller  
      La apariencia mesurada y de empollón de David Foster Wallace contradice abiertamente la imagen –sin afeitar, pañuelo en la cabeza- de sus fotos publicitarias. Incluso un novelista hipster tendría que ser muy serio y disciplinado para producir un libro de 1.079 páginas en tres años. "La broma infinita," la gigante segunda novela de Wallace, yuxtapone la vida en una academia de tenis de élite con las luchas de los habitantes de un centro de rehabilitación, todo en un contexto futuro cercano en el que los EE.UU., Canadá y México se han fusionado, Nueva Inglaterra del Norte se ha convertido en un gran vertedero de residuos tóxicos; y todo, desde los automóviles privados hasta el nombre de los años están patrocinados por empresas. Ambiciosa, llena de jerga y en ocasiones excesivamente enamorada de la prodigiosa inteligencia de su autor, "La broma infinita", no obstante, tiene suficiente lastre emocional para evitar que zozobre. Siempre hay algo raro y estimulante en un autor contemporáneo que pretende capturar el espíritu de su época. (…)


¿Cuáles eran sus pretensiones cuando comenzó a escribir este libro?
Quería hacer algo triste. Había hecho algunas cosas divertidas y otras algo más densas, intelectuales, pero nunca había hecho algo triste. Y quería que no hubiese protagonistas. La otra banalidad era que deseaba hacer algo realmente estadounidense, algo acerca de lo que es vivir en los Estados Unidos en este fin de milenio.

¿Y cómo es?

Hay algo particularmente triste al respecto, algo que no tiene mucho que ver con las circunstancias físicas, o con la economía, o con cualquiera de las otras cosas de las que se habla en las noticias. Es más como una tristeza al nivel del estómago. Lo veo en mis amigos y en mí mismo. Una especie de perdición. No sé si es algo que le ocurre sólo a mi generación.

Parte de la prensa que ha escrito sobre La broma infinita aborda el papel que desempeña Alcohólicos Anónimos en la historia. ¿Cómo se conecta AA con el tema de la novela?

Esa tristeza sobre la que trata el libro y por la que yo estaba pasando, era un verdadero tipo de tristeza americana. Yo soy blanco, de clase media-alta, obscenamente bien educado, he tenido mucho más éxito profesional de lo que legítimamente podía esperar y aún así andaba a la deriva. Muchos de mis amigos compartían todo lo anterior. Algunos estaban profundamente enganchados a las drogas, otros se habían convertido en adictos al trabajo de manera increíble. Iban a bares de solteros cada noche. Se pude representar de veinte maneras diferentes, pero es la misma cosa.
Algunos de ellos terminaron yendo a AA. Yo no pretendía escribir mucho sobre lo de AA, pero sabía que quería tener drogadictos y sabía que debería haber un centro de rehabilitación. Fui a un par de reuniones con estos chicos y pensé que aquello era tremendamente poderoso. Esa parte del libro suponía fuera lo suficientemente vívida para que pareciera real, pero también suponía que encontraría una respuesta a la perdición y a por qué las cosas que haces para mejorar no son suficientes. Tocar fondo con las drogas y el trabajo de AA fue lo más crudo lo que pude encontrar para tratar esos asuntos.
Tengo la sensación de que muchos de nosotros, estadounidenses de grupos sociales privilegiados con poco más de 30 años, tenemos que encontrar una manera de deshacernos de chiquilladas y enfrentarnos a asuntos como la espiritualidad y los valores. Probablemente el modelo de AA no es la única manera de hacerlo, pero me parece uno de los más enérgicos. Los personajes tienen que luchar con el hecho de que el sistema de AA les enseña cosas bastante profundas a través de sus tópicos aparentemente simplistas.
Es un asunto delicado para quienes tienen cierta cultura, para quienes, para ser mercenario, está dirigido éste libro. Quiero decir que esto es caviar para el lector habitual de narrativa. Particularmente sentí rechazo al principio. ¡Algo como One Day at a Time!(*) ¡Del año 1977 y protagonizado por Bonnie Franklin! Pero al parecer, algo importante en lo que respecta a la adicción es que necesitan tanto la droga que cuando se la quitan desean morir. Y es tan horrible que la única manera de enfrentarlo sea construir un muro en medianoche y no mirar por encima de él. Algo tan banal y reductor como One Day at a Time permitió a estas personas caminar a través del infierno, que es en lo que consisten los seis primeros meses de desintoxicación. Fue algo verdaderamente sorprendente.
La intelectualización y la estetización de los principios y valores en este país es una de las cosas que ha eviscerado a nuestra generación. Mis padres me enseñaron que era realmente muy importante no mentir. Ok, entendido. Digo que sí, pero realmente no lo siento. Así hasta que llego a tener 30 años y me doy cuenta de que cuando le mienta a una persona, a la vez dejaré de confiar en ella. Siento dolor, estoy nervioso, me siento solo y no logro responder por qué. Entonces me doy cuenta: “Tal vez la manera de hacer frente a esta realidad sea no mentir". La idea de que algo tan sencillo y, en realidad, tan poco interesante desde el punto de vista estético -que pasa por encima a criterios interesantes y complejos- pudiera en realidad alimentar y nutrir mucho más que otras cosas, me parece que es algo que nuestra generación tendría que tomar en cuenta.

¿Está tratando de encontrar significados similares en la cultura pop que suele abordar? Ese tipo de cosas puede ser visto como salidas simplemente ingeniosas, o superficiales.

Siempre me he visto como una persona realista. Recuerdo que me peleaba con mis profesores sobre este asunto. El mundo en que yo vivo consta de 250 anuncios al día y un número incalculable de opciones de entretenimiento, la mayoría de los cuales están subvencionados por empresas que quieren vender productos. La manera en que el mundo interactúa con mis terminaciones nerviosas está ligada a cosas que unos tíos con parches de cuero en los codos considera pop o triviales o efímeras. Yo uso una buena cantidad de “material pop” en mi ficción, pero lo que quiero decir no es nada diferente a lo que la gente quiere decir cuando escribe sobre los árboles y los parques y la necesidad que tenían hace 100 años de andar hasta el río para conseguir agua. Es sólo la textura del mundo en que vivimos.

¿Cómo es ser un narrador joven hoy en día? ¿Cómo empezar, cómo lograr construirse una carrera, etc.?

Personalmente, creo que es un momento realmente fantástico. Tengo amigos que no coinciden. La ficción literaria y la poesía están realmente marginadas hoy en día. Pero hay una falacia en la que caen algunos, el viejo tópico de que el público es tonto; el público prefiere mantenerse en ese nivel de profundidad; pobres de nosotros, estamos marginados a causa de la TV, la gran hipnosis, bla, bla. Pueden sentarse y organizar esas orgías de lástima, pero por supuesto que es una sandez. Si una forma de arte es marginada es porque no se está comunicando con la gente. Lo más fácil es llegar a considerar que la gente a las que te diriges es demasiado estúpida para entenderlo, pero esa me parece la salida más simple.
Si el escritor sucumbe a la idea de que el público es demasiado estúpido, entonces hay dos resultados posibles. El número uno es el vanguardismo, donde se tiene la idea de que se está escribiendo para otros escritores y por tanto no se preocupan de hacerlo de manera más accesible o relevante. Se preocupan por que sea estructural y técnicamente innovador, apropiadas referencias intertextuales, que parezca inteligente. En realidad, no se le presta atención a si comunica o no con un lector a quien sí le importa esa sensación en el estómago, que es la razón por la cual leemos. Está también el otro extremo, los retazos de ficción groseros, cínicos y comerciales hechos de manera superficial -esencialmente televisión en páginas de libro- que manipulan al lector y disponen asuntos grotescos de manera puerilmente fascinante.
Lo raro es que estos dos bandos luchan entre sí cuando en realidad ambos provienen de lo mismo, del desprecio por el lector, de la idea de que la marginación de la literatura actual es culpa del lector. Vale la pena intentar hacer cosas que tengan algo de la riqueza, el desafío, la emoción y la dificultad intelectual de las vanguardias, cosas que permiten que el lector se enfrente a los asuntos planteados en lugar de ignorarlos, y que a la vez sean agradables de leer. El lector nota que alguien le está hablando en vez de estar ensayando varias poses.
Parte de ello tiene que ver con vivir en una época en la que hay muchísimas formas de ocio disponible, ocio real, y en averiguar cómo la ficción va a marcar su territorio en una época así. Se puede intentar encontrar qué produce la magia de la ficción, esa magia que no está en otros tipos de arte y entretenimiento. Se puede intentar averiguar cómo la narración puede conectar con el lector, gran parte de cuya sensibilidad se ha formado con la cultura pop, sin que simplemente se convierta en un poco más de basura en la máquina de la cultura pop. Es increíblemente difícil y confuso y asusta, pero es efectivo. Ninguna otra generación ha enfrentado un ocio comercial tan amplio y tan hábil. Eso es lo que significa ser un escritor hoy en día. Creo que es con mucho el mejor momento para vivir, y probablemente también sea el mejor momento para ser escritor. Esto no quiere decir que sea el más fácil.

¿Qué cree que sea lo especialmente mágico de la ficción?

¡Oh, señor, esto podría ocuparnos un día entero! Bueno, la primera línea de ataque para contestarle es la soledad existencial en el mundo real. No sé lo que estás pensando, no se cómo es estar dentro de ti ni tú sabes lo que es estar dentro de mí. En la ficción creo que de cierta manera podemos saltar por encima de ese muro. Pero eso es sólo el primer nivel, porque la idea de intimidad emocional o mental con un personaje es una ilusión o artificio creado por el escritor. Hay otro nivel: una obra narrativa es también una conversación; se establece una relación entre el lector y el escritor que es muy extraña, muy complicada y muy difícil de explicar. Una obra narrativa puede o no transportarte y hacerte olvidar que estás sentado en una silla. Hay libros del tipo estrictamente comercial y hay tramas fascinantes que también pueden hacer eso; pero no logran hacerte sentir menos solo.
Hay una especie de despertar, de sorpresa. Alguien, al menos por un momento, tiene el mismo sentimiento o ve algo de la misma manera que tú. No sucede todo el tiempo. Pueden ser breves destellos o llamas, pero se siente de vez en vez. Te sientes acompañado -intelectual, emocional y espiritualmente. Te sientes humano y acompañado, como si estuviera tomando parte de una conversación profunda y trascendente. Y esto sólo ocurre con la ficción y la poesía.

¿Para usted qué escritores logran estas sensaciones?

De los clásicos, hay varios que siempre retornan: "La oración fúnebre" de Sócrates; la poesía de John Donne; la poesía de Richard Crashaw; algunas cosas de Shakespeare; las cosas más breves de Kyats; Schopenhauer; "Las meditaciones metafísicas" y "El discurso del método" de Descartes; "Prolegómenos a toda metafísica futura" de Kant; "Las variedades de la experiencia religiosa" de William James; "Tractatus" de Wittgenstein; "Retrato del artista adolescente" de Joyce; Hemingway -en particular las cosas de Italia de "En nuestro tiempo"; Flannery O'Connor; Cormac McCarthy; Don DeLillo; AS Byatt; Cynthia Ozick –sus cuentos, especialmente uno llamado "Levitación"-; cerca del 25 por ciento de Pynchon; Donald Barthelme, sobre todo una historia llamada "El globo", que fue la primera historia que leí que me hizo querer ser escritor; Tobias Wolf; las mejores cosas de Raymond Carver -la más cocnocidas-; Steinbeck, cuando no está golpeando su tambor; el 35 por ciento de Stephen Crane; "Moby Dick"; "El Gran Gatsby".
Y, Dios mío, no hay poesía: Phillip Larkin, probablemente más que nadie, Louise Gl&uumlck, Auden.

¿Y entre sus colegas?

Está el asunto del "gran hombre blanco”. Hay por lo menos cinco de nosotros que están por debajo de los 40 años, son de raza blanca, miden más de seis pies y usan gafas. Está Richard Powers, que vive sólo a unos 45 minutos de mí y a quien he conocido recientemente. William Vollman, Jonathan Franzen, Donald Antrim, Jeffrey Eugenides, Rick Moody. La persona que más atención me despierta ahora mismo es George Saunders, cuyo libro "Guerracivilandia en ruinas" acaba de salir. A.M. Homes: no creo que sus historias largas sean perfectas, pero cada par de páginas hay algo que acaba por emocionarte. Kathryn Harrison, Mary Karr, a quien se conoce por "El club del mentiroso" (The Liar's Club), pero es también poeta y creo que la mejor poeta entre las menores de 50 años. Una mujer llamada Cris Mazza. Rikki Ducornet, Carole Maso. "Ava", de Carole Masó -un amigo mío lo leyó y dijo que le dio una erección del corazón.

Hábleme de su experiencia en la enseñanza.

Me contrataron para enseñar escritura creativa, cosa que no me agrada.
Hay material para emplear dos semanas en personas que no hayan escrito más de 50 cosas aún y siguen estando en fase de aprendizaje. Después de ese tiempo se vuelve más una cuestión de gestionar las impresiones subjetivas de varias personas sobre cómo decir la verdad sin tirar abajo el ego de alguien.
Disfruto enseñando a nuevos estudiantes, se reciben una gran cantidad de estudiantes de zonas rurales que no están ligados a la cultura y a quienes no les agrada leer. Han crecido considerando la literatura algo seco, irrelevante, sin gracia, como el aceite de hígado de bacalao. Se logra mostrarles cosas algo más contemporáneas –hay uno con el que habitualmente trabajamos en la segunda semana, un cuento llamado "Una muñeca real", de A.M. Homes, del libro "La seguridad de los objetos", y que narra la relación de un niño con una muñeca Barbie. Es brillante, y en una mirada superficial de la historia, resulta demasiado retorcido, enfermo, fascinante y, por tanto, realmente interesante para personas de 18 que cinco o seis años atrás estuvieron jugando con muñecas o fueron sádicos con sus hermanas. Es muy reconfortante ver a estos chicos despertar, darse cuenta que leer literatura es a veces difícil, pero que merece la pena y les puede dar cosas que no podrían conseguir en ninguna otra parte.

¿Cómo ve las reacciones sobre la extensión de su libro? ¿Es la extensión algún tipo de provocación o buscaba un efecto o conclusión en particular?

Sé que es arriesgado porque forma parte de la cuestión de exigir al lector –exigencias que comienzan desde el aspecto monetario. Otra parte es que las editoriales odian los libros de muchas páginas porque les dejan menos ganancias. El papel es muy caro. Si la extensión parece gratuita, como le pareció a la encantadora señora japonesa del New York Times, entonces a alguna gente se le despierta la ira. Y soy consciente de todo ello. El manuscrito que entregué tenía 1.700 páginas, de estas se eliminaron alrededor de 500. O sea, la editorial no se limitó a comprar el libro y distribuirlo sino que fue editado concienzudamente. Fui hasta Nueva York y todo. Si parece una novela caótica, me parece bien, pero todo lo que hay en ella está puesto a propósito. Estoy en una excelente posición emocional para aceptar todas las críticas respecto a la extensión y si la gente cree que esa extensión es gratuita, es porque el libro falla. En todo caso la gratuidad no es porque no tuviera deseos de trabajar o de hacer los cortes necesarios.
Es un libro raro. No se mueve de la forma en que se suelen mover los libros. Tiene muchísimos personajes. Creo que tiene al menos la intención de ser divertido y fascinante, lo suficiente al menos para ir pasando una página tras la otra. Así que no considero que esté haciendo sufrir al lector, ya sabes, “Aquí tienes esta cosa super difícil y de una inteligencia imposible. Jódete. A ver si es verdad que lo puedes leer”. Sé que hay libros de ese tipo y son libros que me cabrean mucho.

¿Qué le hizo elegir una academia de tenis para contraponerlo al centro de rehabilitación?

Yo quería hacer algo relacionado con el deporte, con la idea de la obtención de una meta que en algo se asemeja a una adicción.

Hay personajes que se preguntan si la obsesión por la competencia vale la pena.

Probablemente ocurre en casi todos los ambientes. Me doy cuenta en algunos de mis alumnos. Eres un joven escritor, admiras a un escritor mayor y deseas llegar a esa posición. Imaginas que toda la energía que ha dejado tu envidia, de alguna manera ha sido trasladada, y queda una sensación de que ser envidiado es una buena sensación si se parte de la base que la envidia es un sentimiento muy fuerte.
Puedes creer que escribiendo lograrás una imaginaria meta relacionada con el prestigio más que con la escritura en sí. Esa idea de dar todo de ti para alcanzar una especie de anillo de bronce suele ser una típica enfermedad americana, así como creer que ese anillo hará que la gente sienta algo por ti. ¿Y la gente se pregunta por qué se siente alienado, solitario y estresado?
El tenis es un deporte del que conozco lo suficiente como para encontrarlo hermoso y poder encontrarle algún significado. Lo bueno de esto es que la revista Tennis quiere hacer algo sobre mí. A lo mejor algún día pueda jugar con los profesionales.

8 de marzo, 1996


(*) Serie de TV (1975-1984). 209 episodios. Popular serie norteamericana de los años setenta que trataba de una madre soltera que intentaba sacar adelante a sus hijas y progresar en su carrera profesional.


Texto original en inglés
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