La semana pasada las términos "fin del mundo 21 de mayo" o similares, y "Harold Camping" estuvieron entre las búsquedas más habituales en Google. El señor Harold Camping había hecho una predicción bastante profunda para venir de un millonario de 89 años de California. A decir verdad, profunda, compleja y acaso demasiado confusa para simples mortales poco acostumbrados a los detalles de la biblia del rey Jaime (de esta versión bíblica dice Wikipedia que es una traducción inglesa directa desde el griego, publicada por primera vez en 1611 y que tuvo un enorme impacto sobre posteriores traducciones al inglés y sobre la obra de escritores como John Bunyan, John Milton, Herman Melville, John Dryden y William Wordsworth, aunque esto, sinceramente, no venga a cuento).
"Cristo fue colgado de la cruz el 1 de abril de 33 DC", ha dicho el señor Camping. "Si vamos hasta el 1 de abril de 2011, hay una diferencia de 1978 años." Esa última cifra multiplicada por 365,242 -número de días del calendario solar- tenemos el resultado 722.449. Y si sumamos además 51 (cantidad de días entre el 1 de abril y el 21 de mayo), el resultado es exactamente 722.500.
Si no lo ha entendido, hágase un favor y no lo vuelva a leer porque le aseguro que éste es uno de esos casos donde la relectura no ayuda en lo más mínimo.
Es un asunto excesivamente confuso, al menos para quienes no tenemos 89 años, no somos de California y ni siquiera somos millonarios.
Algunas fuentes, con evidente aviesa intención, han filtrado que ya en 1990, el señor Camping había hecho una predicción similar que según tengo entendido tampoco se cumplió. Justificó el fiasco con que no había puesto suficiente atención al libro de Jeremías, pero que esta vez sí estaba absolutamente seguro.
Y es que las predicciones ya no son lo que eran. Si no, recordemos cosas al estilo de: El gran Imperio será pronto trasladado / En lugar pequeño, que bien pronto crecerá. / Lugar bien ínfimo de exiguo condado. / Donde en medio vendrá a poner su cetro. O: El fin del lobo, el león, buey y asno, / Tímida dama estarán con mastines: / No más caerá por ellos el dulce maná, / Más vigilancia y custodia a los mastines.
Y detrás de estas y otras frases han ido eruditos de todos los tiempos posteriores desentrañando lo que quiso decir el bueno de Michel en sus Prophéties.
Se ha perdido, y creo que ya para siempre, la profesionalidad profética, la sabiduría del Oráculo de Delfos, la sutileza y la alegoría que despertaban en el hombre unos deseos irreprimibles de contrastar que cualquier profecía debería cumplirse.
Los defensores del fin del mundo al estilo "Apocalipsis o Revelación de Juan" vieron en el año 2000 el momento idóneo para que todo terminara, quizás hasta una retórica poética con esos ceros en fila tras un número dos que, por todos es sabido, según la cosmogonía representa la dualidad o díada que alude al par de opuestos: día y noche, vida y muerte, principio y fin. Incluso tuvimos la versión informática con aquello del W2K y el final de todas las cosas.
Y es que la gente parece tener cierta obsesión porque todo acabe y es como si cuando se comprueba que no ha pasado nada, les recorriera cierta desilusión disimulada. Hay que estar muy jodido, digo yo, no sólo para desear morirse, sino para desear que se vaya todo a la mierda, que se acabe todo, así, con esa confianza en los absolutos.
Seguramente en los próximos meses, incluso días, tendremos el desmentido de otras profecías –una de ellas hace referencia a algún asunto que incumbe al calendario maya y que nos da de plazo hasta el 22 de diciembre de este año-, pero sólo en caso de que se cumplieran dolorosamente ofrezco dos variantes para enfrentar el asunto y que he copiado una de un amigo y la otra de una canción.
La primera consiste en abrirse la mejor botella de vino –o similar- que se pueda uno costear y sentarse en la terraza para salir de dudas; la segunda dice así: que el fin del mundo te pille bailando / que no te cierren el bar de la esquina…