Traducido por Yomar Glez
Tomado de “Los Angeles Times”, 24/9/2003
Por Harold Bloom
La decisión de otorgar el premio anual de la Fundación Nacional del libro (Nacional Book Foundation) a Stephen King por su "contribución distinguida", es un nuevo peldaño en descenso dentro de un proceso dirigido a anestesiar la vida cultural. En el pasado me he referido a King como escritor de noveluchas, pero quizás incluso ese término sea demasiado amable. No comparte nada con Edgar Allan Poe. King es un escritor inmensamente inadecuado que fundamenta su prosa en ir dejando oración tras oración, párrafo tras párrafo, libro tras libro.
La decisión de otorgar el premio anual de la Fundación Nacional del libro (Nacional Book Foundation) a Stephen King por su "contribución distinguida", es un nuevo peldaño en descenso dentro de un proceso dirigido a anestesiar la vida cultural. En el pasado me he referido a King como escritor de noveluchas, pero quizás incluso ese término sea demasiado amable. No comparte nada con Edgar Allan Poe. King es un escritor inmensamente inadecuado que fundamenta su prosa en ir dejando oración tras oración, párrafo tras párrafo, libro tras libro.
La industria editorial ha caído terriblemente bajo al otorgar a King un premio que previamente había recaído en novelistas como Saul Bellow y Philip Roth o el dramaturgo Arthur Miller. Al concederlo a King se reconoce únicamente el valor comercial de sus libros, que se venden por millones pero aportan al género humano poco más que mantener el mundo editorial a flote. Y si éste va a ser el criterio para el futuro, el año próximo el comité podría premiar por su "contribución distinguida" a Danielle Steel, y seguramente el Premio Nobel de literatura debería recaer en J.K. Rowling.
Escribí hace un par de años sobre este asunto, cuando me pidieron un comentario sobre Rowling. Fui a la librería de la universidad de Yale, compré y leí "Harry Potter y la piedra filosofal". Sufrí muchísimo. La escritura era espantosa y el libro horrible. Mientras leía, me daba cuenta, por ejemplo, de que cada vez que un personaje salía a dar un paseo, la autora escribía que el personaje “iba a estirar las piernas”. Comencé a marcar en el revés de un sobre cada vez que se repetía esta frase. Me detuve sólo cuando había marcado varias docenas de veces en el sobre. No me lo podía creer. La mente de Rowling está gobernada por clichés y metáforas muertas de manera tan exagerada que no le queda otro estilo de escritura.
Escribí mis apreciaciones en un periódico, me contestaron que los niños sólo leían a J.K. Rowling y me preguntaron si después de todo no era mejor eso a que no leyeran nada. Si Rowling era lo que necesitaban para agarrar un libro, ¿no era algo positivo? No, no lo es. "Harry Potter" no motivará a nuestros niños a leer "Precisamente así" (Just so Stories) de Kipling, "Trece relojes" (Thirteen Clocks) de Thurber ni "El viento en los sauces" (Wind in the Willows) de Kenneth Graham, o la "Alicia" de Carrol. Más tarde leí una generosa y cariñosa reseña de "Harry Potter" escrita por el mismísimo Stephen King. Escribía lo siguiente: "Si estos niños están leyendo 'Harry Potter' a los 11 12 años, cuando sean mayores leerán a Stephen King". Y estaba en lo cierto. Cuando un niño lee "Harry Potter" efectivamente estás siendo entrenado para leer a Stephen King cuando se mayor.
La sociedad y la literatura están siendo anestesiadas y las causas son variadas y complejas. Yo tengo 73 años y en un toda una vida dedicada a la enseñanza de la lengua inglesa he podido ver la degradación del estudio de la literatura. Mi ayudante de investigaciones me dijo hace dos años que ella había estado en un seminario donde el profesor había empleado dos horas en repetir que Walt Whitman era racista. Ni siquiera se puede catalogar de una tontería. En los 50 y comienzos de los 60, se creía que los grandes poetas románticos ingleses eran Percy Bysshe Shelley, William Wordsworth, Lord Byron, John Keats, William Blake, Samuel Taylor Coleridge. Sin embargo, hoy han pasado a ser Felicia Hemans, Charlotte Smith, Mary Tighe, Laetitia Landon y otros nombres que ni siquiera soy capaz de escribir. En algunos cursos a lo largo del país se está enseñando a una dramaturga de cuarto orden como Aphra Behn en lugar de enseñar a Shakespeare.
Recientemente hablé en un funeral con mi viejo amigo de Yale Thomas M. Green, quizás el especialista más distinguido de literatura renacentista de toda su generación. Me dijo: tengo la sensación de que algo muy valioso se ha terminado para siempre.
Hoy hay cuatro novelistas americanos vivos que siguen trabajando y que merecen todos nuestros elogios. Thomas Pynchon sigue escribiendo; mi amigo Philip Roth; "Meridiano de sangre", de Cormac McCarthy, es una novela equiparable a Moby-Dick y "Submundo" de Don DeLillo es otro excelente libro.
Sin embargo, el premio de este año se le otorga a Stephen King. Un error lamentable.