El día que me entero que ha muerto Teófilo Stevenson, me acuerdo de Visotsky, de una noche de televisión; de Tuto, carpintero a quien un coche arrastraría 45 metros hacia la muerte una tarde, del olor a alcohol de la sala de su casa y mis gritos jalonando los suyos porque otra vez el ruso le estaba ganando a Teófilo.
Me acuerdo de Ángel Milián, de quien siempre han dicho que era tan bueno como Stevenson, pero con peor suerte, y así debe ser, porque aunque Stevenson ha muerto relativamente joven -a mí los sesenta me siguen pareciendo un buen momento para morirse- alcoholizado y medio escondido por el régimen que tanto cantó sus victorias, Milián murió hace ya años, en la década de los noventa: “Parece ser que Milián seguía siendo bravo y pegó a un muchacho, que se vengó esperándole en la calle con un cuchillo. Al menos eso es lo que se cuentan”.
Así son las cosas: Se muere el triunfador y uno se acuerda de los perdedores.