Lo enlatado triunfa. Y lo hace incluso en los márgenes literarios -incluso en los márgenes que pretenden trascender hacia la literatura como arte.
Al leer a Philip Roth, no obstante, la percepción literaria se aleja de los grandes consejos enlatados -léase escuelas, cursos, talleres, etc. Philip Roth es uno de los pocos narradores originales y sinceros que queda escribiendo por ahí. Su obra se basa o transcurre dentro del “tema judío”-ya sea de manera directa (“Operación Shylock”) o indirecta (“Me casé con una comunista”). Precisamente el principal reparo que personalmente pongo a la obra de Roth es que por momentos llega a ser “demasiado judío”, aún cuando a través de sus personajes, él mismo se declara no religioso -pero lo judío no está ligado solamente a la religión.
“La contravida” -como otras novelas de su (o de uno de ellos) alter ego, Nathan Zuckerman- se desarrolla también en una ambiente judío o de lo judaico. Aún cuando ni Nathan ni su hermano Henry son presentados al lector como religiosamente comprometidos, la obra en su desplazamiento Newark - Israel - Nueva York - Inglaterra, va representando cada vez con mayor fuerza la condición judía de los personajes: Henry termina discípulo de la cara más radical del sionismo; Nathan Zuckerman llega a enfrentarse a su mujer goy, “gentil”, por la posibilidad de que su hijo pueda ser bautizado en lugar de circuncidado.
Al leer a Philip Roth, no obstante, la percepción literaria se aleja de los grandes consejos enlatados -léase escuelas, cursos, talleres, etc. Philip Roth es uno de los pocos narradores originales y sinceros que queda escribiendo por ahí. Su obra se basa o transcurre dentro del “tema judío”-ya sea de manera directa (“Operación Shylock”) o indirecta (“Me casé con una comunista”). Precisamente el principal reparo que personalmente pongo a la obra de Roth es que por momentos llega a ser “demasiado judío”, aún cuando a través de sus personajes, él mismo se declara no religioso -pero lo judío no está ligado solamente a la religión.
“La contravida” -como otras novelas de su (o de uno de ellos) alter ego, Nathan Zuckerman- se desarrolla también en una ambiente judío o de lo judaico. Aún cuando ni Nathan ni su hermano Henry son presentados al lector como religiosamente comprometidos, la obra en su desplazamiento Newark - Israel - Nueva York - Inglaterra, va representando cada vez con mayor fuerza la condición judía de los personajes: Henry termina discípulo de la cara más radical del sionismo; Nathan Zuckerman llega a enfrentarse a su mujer goy, “gentil”, por la posibilidad de que su hijo pueda ser bautizado en lugar de circuncidado.
Gran parte de la temática de “La contravida” se centra en las contradicciones y esencias del judaísmo y Roth nos las muestra recorriendo todos los espectros posibles desde la violencia y el alegato razonado, hasta la conducta del propio Zuckerman, pasando por el joven que encuentra en el muro de las lamentaciones y que en esa parte de la novela tan descabellada que es "Intermedio" pretende secuestrar el avión en favor de una absurda reivindicación.
Sin embargo, este libro, como la mayoría de las novelas de Roth trasciende el hecho particular y se va a explorar asuntos de esos a los que se les imputa la categoría de trascendentales. Para generalizarlo, con esa tendencia que tenemos hacia la simplificación de las complejidades, “La contravida” explora las posibilidades vitales, sus constantes y probabilidades; incluso desborda los límites de la verosimilitud con una contundencia inusual.
En la primera parte de la novela se relata el funeral de Henry Zuckerman, que ha fallecido en una operación a la que se ha arriesgado con el fin último de recuperar la potencia sexual y poder seguir viviendo su aventura. Henry, sus secretos, sus recuerdos, desfilan ante nosotros desde el punto de vista de Nathan, el hermano escritor y emotivamente peligroso.
En la segunda parte, no obstante, no encontramos con que Nathan es enviado a Israel en busca de su hermano, que ha sobrevivido a la misma compleja operación y se ha marchado definitivamente a “Judea”, a un asentamiento israelí en las proximidades de Hebrón.
No hay, entremedio, antes o después, aclaración o solicitud de comprensión alguna. El autor no pide disculpas, no se inventa ninguna rama salvadora en el precipicio, no ve la necesidad de redimirse. Sencillamente plantea las situaciones de esta manera, nos dice así es como son las cosas, o así podrían haber sido, estrictamente de las dos maneras: Henry ha muerto; Henry ha sobrevivido.
Pasado el primer momento de extrañeza no nos sentimos alarmados, ni siquiera levemente contrariados. Comprendemos que así debía ser contada esta historia, que así tenía que ser contada.
En la cuarta y quinta partes de la novela Roth gira un poco más la tuerca: Nathan Zuckerman padece una enfermedad coronaria y vive una relación platónica con María. No pueden tener sexo porque los medicamentos que toma le provocan impotencia y la única salida posible a esta situación es someterse a una operación para remediar la dolencia. Las misma situación en la que antes se nos ha presentado a Henry; la motivación sexual idéntica que Nathan -el otro Nathan, el que hubiese sido si ocurriera todo como en la primera parte de la novela- reprocharía a su hermano.
Nathan Zuckerman muere y Henry, que sigue residiendo en Newark con su familia y a cargo de su clinica dental, soporta el funeral, el panegírico literario leído por el editor -después se descubrirá que ha sido escrito por el propio Nathan-, las frases y reproches de algunos asistentes. A la salida del funeral Henry logra colarse en el apartamento de su hermano previo soborno a una casera hidrocefálica y esquiva. Descubre allí que Nathan ha estado escribiendo sobre él, sobre ellos y conscientemente destruye el manuscrito -a día de hoy no he encontrado a nadie que haya quedado satisfecho con la literaturación de su propia identidad-, sabedor como es de que no hay ninguna posibilidad de que se publique, de que llegue a la vista de la gente, que anden sus vergüenzas pululando por las ciudades, apiladas en librerías, bibliotecas y centro comerciales. Mientras, el lector está al tanto de todo desde hace doscientas páginas atrás. Ya hemos leído lo que Henry destruye, por lo que sufre, suda, miente. Y Henry se nos presenta del mismo modo que Nathan lo ha referido en varias partes del libro: apocado, vencido; y ésta la derrota definitiva.
Roth nos recuerda el sinfín de posibilidades que nos brinda la existencia. Y más, recuerda que existe una ironía universal e inmanejable que tuerce, juega con las realidades, las exprime: nadie sabe que esperar después de la siguiente esquina. Henry y Nathan intentan reponerse de la impotencia, arriesgan y mueren. Pero, nos plantea Roth, en caso de que hubieran sobrevivido: Henry bien podría olvidar completamente el motivo que lo había llevado a arriesgar su vida -recuperar algunas jornadas sexuales con la asistenta de la clínica-; Nathan haber comprendido que María, su esposa, era demasiado diferente a él como para que ambos se amoldaran al otro y terminaran viviendo la eterna vida feliz con la que habían soñado y por lo que había llegado a arriesgar todo.
Lo enlatado está de moda, triunfa, pero la literatura -el arte- no tiene límites.