Siempre he tenido ese interés por el subsuelo, metafóricamente hablando. Las cuestiones ocultas, las razones que mueven las cosas, allí donde yacen los sentimientos reales, los motivos verdaderos de todas las cosas.
En estos días he tenido la ocasión de andar por los fondos de unos grandes edificios de Barcelona y he recordado lo que ya sabía. Ni de lejos las cosas son lo que parecen, en ningún sentido ni caso. Nadie ni nada es capaz de mostrarse tal y como es. Los yo verdaderos yacen también ocultos en el sótano. No se muestran. Nos espantan y tememos espantar a los demás. Escondemos toda esa basura que somos y nos olvidamos de que está allí.
Sin embargo, cada cierto tiempo y por algún motivo menor, tenemos que bajar al sótano. De pronto abrimos una caja y nos salta todo a la cara. Y sorprende como si nunca hubiéramos sabido, como si acabáramos de enterarnos, se nos revelara una gran verdad. Nos quedamos un rato pensando en todo ello, preocupados, asustados. Cerramos la caja, olvidamos.
Podríamos crear el día del regreso al sótano, uno para forzarnos una visita, deshacer los atadillos, revisar con profundidad lo que hemos estado ocultando allí durante años, recordar quiénes somos, lo que podemos llegar a ser, lo que podría pasar. Entendiéndonos a nosotros mismos, quizás llegaríamos a comprendernos mejor los unos a los otros, toleraríamos, soportaríamos, no nos espantaría tanto el sótano ajeno si recordáramos el propio.