Hace unos días me decidí a leer “Tenemos que hablar de Kevin”, unos de esos libros de los que uno ha oído hablar y cuyo argumento parece tentador. Porque “Tenemos que hablar de Kevin” se suponía que trataba sobre un joven que hace un columbine en su instituto, sale con vida de la refriega y va a la cárcel. Pero en realidad no va de eso, o no precisamente. Sino de su madre, Eva, quien nos cuenta la vida de Kevin a través de unas cartas a su exesposo –y es que esto de escribir una novela “epistolar” siempre me ha parecido poco creíble, poco serio, uno va leyendo siempre con la premonición de que el escritor nos toma el pelo, o, mejor, quiere tomarnos el pelo pero no lo consigue, no puede, porque no hay cartas que soporten 400 páginas de prosa ni lector que lo resista (eso o que el género epistolar ya no es lo que era).
Y yo no lo he resistido (iba a decir he cerrado el libro, pero sería más justo ir cambiando de terminologías y aclarar que apenas hemos cambiado de archivo .epub).
Y es que a pesar de su argumento, el libro no es auténtico, no es verosímil. La voz de la narradora-escritora-de-cartas no es convincente, Kevin es un niño malo poco convincente, y hasta la relación de Eva con Franklin (apenas un complemento de la historia, un personaje sin sorpresas, sin sutilezas). Y se sabe que cuando un narrador pierde la confianza del lector, el resto del libro es una torre de esas que sabemos que se caerá en algún momento y todo lo que hagamos antes de demolerla de una vez, es una pérdida de tiempo.
Creo que hay una película. Quizás la vea para enterarme como termina todo o incluso para descubrir que a veces se incumple lo de que el libro es mejor.