"Cantemos: la muerte, la muerte, la muerte, / hija de puta, viene. /
La tengo aquí, me sube, me agarra / por dentro." Eso cantaba el poeta Julio Sabines. Y sí, así es, la muerte extraña es una hija de puta. Sentí morir a mi padre una noche del año 2009. Lo percibí en esa conexión entraña mientras me retumbaba aquella su última frase "no te olvides de nosotros". He estado ausente de muchas muertes, he estado presente en un par de ellas. Y sí, la muerte, hija de puta, viene.
Sin embargo, de vez en vez, me gusta sacar de paseo a la mía. No le tiento, no la amo. Amo la vida y todos los estereotipos vitales. Amo la alegría, amo la tristeza, amo las risas, el llanto, el dolor, el placer. Salgo a caminar con ella, a veces, le miro fijamente sin que le pueda sacar más información que la ya conocida. Viene. Algún día. Le miro, le hablo: sé que estás ahí, sé que estoy aquí; no tengas prisa como yo no la tengo.
Mirar a la muerte. Es saludable tener una buena relación con ella.
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