Cuando nació mi primer hijo, vivía en un pueblo de la Costa Brava que se llama Lloret de Mar. Los últimos días antes de su nacimiento habíamos corrido al hospital un par de veces y nos mandaban de vuelta a casa. Había que esperar, frecuencia de las contracciones, romper aguas, ese tipo de cosas. Una noche, mi mujer comió unos bombones –digamos curiosos- y el hecho de comerlos –o quizás el azar- hicieron que se unas cuantas horas después naciera Santiago. Los bombones los había llevado –acarreándolos desde Buffalo, New York, Tatiana de la Tierra: poeta.
A Tatiana la habíamos conocido en Cuba unos años antes. Unos amigos la encontraron en la biblioteca de pueblo y se las ingeniaron para tomarnos unas cervezas con ella. Hubo un segundo viaje a Cuba y compartimos algunos ratos agradables: una lectura de sus poemas, una excursión por la Feria del Libro de La Habana… Y se marchó de vuelta a sus cosas.
Gracias a ella –y a un par de amigos más: Joaquín Badajoz, José Álvarez de la Campa, entre otros-, logré salir de Cuba, terminar aquel plan de escape imposible que mis mejores amigos tacharon de, cuando menos, imprudencia. Su gesto fue elevado, uno de esos detalles que engrandecen a algunas personas y por tanto me empequeñecen –o simplemente me sitúan en la justa medida de mí mismo.
Así, Tatiana me anunció un día que estaba en Barcelona y que quería ir a verme. Hizo el engorroso viaje en el tren de cercanías, recorrimos el pueblo, comimos un arroz, y la convencí para que se quedara a dormir y regresara el día siguiente a Barcelona. Pero mi mujer había comido los bombones.
A media noche nos fuimos al hospital y no pude regresar para acompañarla. Tatiana tenía compromisos, no podía esperar, así que siguió las instrucciones que le di por teléfono y se marchó sin que pudiéramos despedirnos.
Pasó el tiempo. No nos despedimos. Creo que tampoco llegó a saber lo agradecido que le estaba.
Hace un par de días me enteré de su muerte, y desde entonces vengo acordándome mucho de aquel día cuando bebimos ron en la redacción de La Gaveta, y de los bombones que trajo de Nueva York.
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