Porque vio a su bisabuela perdida en la ceguera y el desconcierto el día que escuchó su voz grabada por un aparato junto a a un río que meses después se llevaría su paraíso y su decencia.
Porque es nieto de un hombre sin padre que tocaba las maracas en un combito desavenido y hacía de barbero a domicilio; que andaba en una yegua flaca y enana haciendo kilómetros para encontrar un pelaje demasiado crecido y, mientras tanto, sus hijos festejaban cuando en la mesa servían sopa y boniatos hervidos.
Porque su padre mató perros, limpió cloacas, levantó paredes, casas, edificios, industrias. Porque su madre le enseñaba a los niños las efemérides del día en la pizarra: un día como hoy...
Porque le dio por leer y ha sido la acción a la que más tiempo he dedicado en su vida y con la que más ha disfrutado.
Porque tuvo amigos que hubiesen dado la vida por él -y créanme que no exagero-, porque tuvo amigos que le salvaron la vida, porque tuvo amigos a quienes se las salvó.
Porque sueña cosas que no puede ni quiere contar.
Porque ha sabido lo que es que le partan la cara a puñetazos, porque sabe lo que es partirle la cara a alguien.
Porque ha visto cosas.
Porque sabe de lo que es capaz y se entrenó para no rebasar ciertos límites de sus iras.
Porque, sencillamente, sabe de lo que es capaz.
Porque ha llegado entender ciertos mecanismos humanos que quisiera no haber llegado nunca a comprender.
Porque no sabe quién es, ni de dónde viene ni adónde va.
Porque no le quedan razones ni certezas.
Cosas así...