Histeria


 Ese terror a morir. Sin duda, la especie animal más acojonada que podía resultar de la evolución. Y es curioso porque vamos a morir todos, bestialmente, privados de sentidos y control. Nadie sobrevivirá. Persiste esa sensación de que la muerte es algo que le ocurre a los demás, no va con nosotros, mírame como respiro y defeco y voy al gimnasio y tengo preocupaciones, esperanzas. No queremos ser “los demás”, esos seres grisáceos que reposan en las vitrinas de los tanatorios.

  Pero morirse es sencillo. Un día te vas a la cama pensando que ya lavarás los platos cuando te levantes al día siguiente, y no hay día siguiente ni levantarse ni lavar los platos. Un día giras el volante hacia el sitio incorrecto. Un día un vaso sanguíneo de cerebro se rompe, sin que lo puedas prever o evitar. Un día una célula se descontrola, y otra, y otra, se dividen, invaden. Los muertos no sufren la muerte. Los muertos se mueren. Son los vivos los que sufren, extrañan, lloran. El muerto, quien ayer era uno más del grupo, uno de los nuestros, hoy es “los demás”.

  Dicen que a veces hay que tentar a la muerte para sentirse vivos. Una vida triste, les imagino. Van a tirarse en paracaídas, hacer puénting, poner el coche a 200 km por hora en una carretera de doble sentido. Al día siguiente corren a comprar mascarillas y desinfectante, a acaparar, a luchar si fuese necesario por las últimas existencias. Al día siguiente no creen que sea buena idea ir a un bazar chino a comprar tornillos. Al día siguiente los medios informativos del tremendismo logran audiencias increíbles para esta época de Netflix y YouTube, de Twitter y Tinder.

  Uno de los problemas de la ficción es que hay quienes la terminan confundiendo con la realidad. No es algo nuevo. Ahí está Don Quijote. Y aquí estoy yo poniendo a Don Quijote de ejemplo. La ficción de la incertidumbre, hoy cuando la gente ha dejado de tener bases de convicción y, voluntariamente, con toda la libertad de la que disponen, las han cambiado por superchería, imaginación y egolatría, a partes iguales.

  Demasiadas películas y series chorras. Ese alegre temor a los apocalipsis imposibles nos lleva a pensar que podemos controlar algo, identificarnos con los sobrevivientes de The Walking Dead. Nadie se identifica con quien terminó deglutido por el zombi. 
 

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