Me escuece –como diría un rebuscado; he ahí una palabra siempre sospechosa-: escucho a pundits –anglicismo que me permito por la ineficacía de "tertuliano" o similares que rezuman desdenes próximos a la prensa del corazón (y es evidente que no me refiero a literatura científica, cardiólogos, por ejemplo, quedan excluidos de esta definición)- analizar a sectores reinvindicativos de la sociedad que responden con amenaza de manifestaciones o huelgas a los recortes presupuestarios presentes y por venir.
Es singular que algunos de ellos y de manera reiterativa utilicen un visión singular del asunto, insinuar, por ejemplo, que médicos y maestros hacen mal –o no hacen bien- porque: hasta ahora han sido sectores que no han sufrido la crisis, no deberían quejarse tanto cuando en España hay cerca de 5 millones de personas en paro, etc., etc., ya saben a qué me refiero.
El argumento quizás se pueda resumir de la manera siguiente: ya que no se pueden mejorar las condiciones laborales (ergo nivel de vida) de quienes están mal, empeoremos las de quienes están mejor. Y aplaudamos, además.
Se supone que hay cuestiones inaplazables, cosas que se deben hacer. Es como tomar una medicina amarga: sabemos que tenemos que tragarla, pero no se nos puede pedir que celebremos lo sabrosa que está, no se nos puede recriminar por exijir al médico que nos cambie el jarabe por otro con sabor a naranja.
Sé que estamos ahogados, asfixiados, ahorcados.
Al menos respeten ese derecho fundametalísimo: el derecho al pataleo.
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