En Berlín, en Friedrichstraße 43-45, está el Museo del Muro del Checkpoint Charlie. Allí se recuerdan las circunstancias, hechos y consideraciones de los cientocincuenta kilómetros que separaron a los alemanes desde 1961 hasta 1989 y que separaron a los bandos durante la Guerra Fría -período de la historia con mucho de lo primero y poco de lo segundo.
(Todo -casi- lo dicho en el párrafo anterior es falso -relativamente. El Muro de Berlín -43,1 kilómetros-, no dividía a los alemanes, sino a los berlineses; o, acaso, aislaba a los berlineses occidentales y los convertía en una isla rodeada de territorio hostil, oasis, según se viera. El lado soviético de Alemania estaba delimitado por otra frontera -111,9 kilómetros- apenas mencionada y esta sí la verdadera separación -quedando el Muro con su cognotación simbólica, esto es, símbolo visual y por tanto duradero, una imagen vale más que mil palabras, dicen, una imagen vale más que cuatro o cinco páginas de un libro, en cualquier caso y por tanto.)
Si algo han tenido en común los sistemas sociales que se han dado a llamar socialistas es esa sensación general de que son sitios de los que se ha de escapar. Los berlineses del este huyeron sin parar al otro lado, tanto mientras hubo terreno franco como cuando pusieron la barrera física para impedirlo. Cuentan que alrededor de 200 personas -las cifras varían, no situamos en su justo medio- perdieron la vida o se las arrebataron en el intento de sortear la barrera infinita que, como la cruz del calvario u otras reliquias religiosas, ha logrado trascender la medición ordinaria situando un trozo de ese muro en cada ciudad que se precie de serlo como una representación de significado impreciso.
El Muro de Berlín se intentó burlar de todas las maneras posibles, por encima, por debajo o rodeándolo. En el Museo del Muro del Checkpoint Charlie se guardan o recuerdan algunas muestras de la imagineria popular: automóviles con huecos en el motor para ocultar una persona; mini-submarino de fabricación casera (en septiembre de 1968 Bernd Böttger escapó en uno que más tarde fue patentado y fabricado en serie); dentro de un altoparlante de 50 x 60 centímetros (Renate Hagen, fugada en 1977 junto con su futuro marido, el cantante Theodorus Kerk); un globo aerostático también de fabricación casera y utilizado por ocho personas (después de un vuelo de 28 minutos, el globo aterrizó sin problemas, casi por azar, del lado oeste); un túnel (apenas muestra de los intentos de otros muchos) cavado durante diez meses por estudiantes desde una panadería abandonada de la calle Bernauer, 145 metros de largo a través de los que escaparon 57 personas dos noches de octubre 1964; o la burda, desesperada y suicida escalada.
El pasado 15 de agosto se recordó el 50 aniversario del comienzo de la construcción del muro. La APOSI, organización no gubernamental con la que no colaboro, apenas conozco ni recuerdo su motivo social me habría invitado, junto a otros 26 refugiados, a visitar las salas del Museo del Muro del Checkpoint Charlie, escuchar todo lo que tenía que contarnos la guía -en el guión habría un aparte considerable dedicado a la biografía de Rainer Hildebrandt, fundador y director del museo hasta su muerte en 2004-, observar con sofisticación imagenes prescindibles para la armonía propia: muertos, heridos, alambradas, soldados con el fusil al hombro, señoras tironeadas por representantes de los bandos, soldados saltando sobre una alambrada como señorita que sortea una boñiga. Al final del recorrido nos habrían invitado a ver Night Crossing, aquella película de 1982 con John Hurt, Jane Alexander y Beau Bridges.
Se recuerda con insistencia los sucesos de la caída -definitivamente, no hubo derribo, quienes ostetaban el poder decidieron que era un buen momento para que actuaran las fuerzas naturales-, los cantos a la libertad, noches frenéticas tantas veces narradas, trozos del muro adornando las plazas de medio mundo. Yo, que no guardo ninguna memoria del asunto porque por entonces en Cuba debieron creer que aquellas imagenes no eran un buen ejemplo, desde el pasado 15 de agosto me sorprende una singular recurrencia cuando leo o escucho palabras como muro, como Berlín. Es una recurrencia en forma de dos nombres. Uno es Peter Fechter -a quien algunas fuentes consideran la primera víctima del muro -personificación como recurso semántico que en este caso enmascara a Rolf Friedrich y Erich Schreiber, los soldados que le dispararon y que fueron enjuiciados en 1997-, Fechter fue alcanzado en la pelvis, a la vista de cientos de testigos, a pesar de gritos y pedidos no recibió ayuda médica de ninguna de las partes y murió desangrado una hora después. El otro es Chris Gueffroy, el joven de 20 años a quien le dispararon cuando intentaba cruzar, el 6 de febrero de 1989. En octubre de ese mismo año renunciaría Erich Honecker y en noviembre Schabowski informaría que los ciudadanos de la RDA podrían ir al Oeste sin pasaporte ni visado, sólo mostrando el carné de identidad o un documento parecido; y contestó de inmediato, cuando le preguntaron cuando entraba en vigor.
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