Mientras leía las tres novelas de Agota Kristof ("El gran cuaderno"; "La prueba"; "La tercera mentira") publicadas en España en un único volumen con el título “Claus y Lucas”, recordé la escena de una película. No fue nada relacionado con la trama, con los personajes, ninguna frase, ninguna literalidad.
La escena es de la película de Spielberg “Salvar al soldado Ryan”. Hacia el final ocurre un enfrentamiento entre las tropas alemanas y el grupo americano. En una de las casas del pueblo abandonado donde sucede la batalla hay una lucha cuerpo a cuerpo entre dos soldados, cada uno de un bando. El americano saca un cuchillo o bayoneta, pero el alemán logra voltearlo en el forcejeo y, debido a la fuerza con la que ambos hombres empujan, lo va metiendo lentamente en el pecho de su enemigo. El alemán, mientras el cuchillo cede y se introduce en la carne, dice unas frases que siempre presumí tranquilizadoras: de cierta forma lo despide, se acerca.
Porque estos libros hacen que uno se sienta como ese soldado americano. Porque poco a poco, milímetro a milímetro, con una sencillez asombrosa, con esa naturalidad de lo sabido, se nos clava ese cuchillo en forma de dura y nítida historia.
Y no podemos hacer nada para evitarlo, pasamos a la siguiente página, a por otra ración de dolor, de baldío, de expuesta y descarnada realidad.
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