Escapar


La cosa está dura. El Consejo de Ministros del gobierno español del próximo viernes, sin haber ocurrido, ya tiene a más de uno cagado de miedo aterrorizado temeroso. Cualquiera que sea el área donde desenvuelve su trabajo (si lo hubiera, en todo caso) –incluso el funcionariado, que por primera anda en eso de fijarse en las barbas de su vecino-, habrá escuchado que la cosa está dura: sabe de qué va, no se vende, no se contrata, sobramos la mitad de nosotros en casi todos los sitios –incluso últimamente percibo más relajación entre los parados, por aquello de quien nada tiene, nada pierde, que en los que aún conservan la fortuna de tener que levantarse todos los días a cumplir y aguantar que las empresas los puteen avasallen.

A la mente de más de uno llega por estos días el instinto con voz de Pepe Grillo, repite un infinitivo: escapar.

Pero escapar cómo, escapar adónde.

Porque en ocasiones esto de escapar termina cansando. No es que a uno le duelen las piernas como después de haber corrido diez kilómetros. No es que uno tenga deseos de sentarse, poner los pies en altura, encender la televisión y abrir una cerveza. Cansa como contar estrellas.


En aquel cuento tan famoso de mi alguna vez sobreadmirado Hemingway –ahora sólo lo admiro-, le preguntaban a Ole Andreson: "¿No podría escapar de la ciudad?" 

"No” contestaba él. “Estoy harto de escapar."

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