Fiestas, otra vez

      En "El animal moribundo", Philip Roth ubica una escena importante la noche del 31 de diciembre de 1999.
    (Por cierto: como una de los protagonistas -Consuelo- es de origen cubano, justamente esa noche la cadena ABC transmite la llegada del año nuevo en Cuba: "Ni ella ni yo habíamos esperado que eso apareciera en la pantalla, pero lo que estaba ante nosotros era La Habana. Desde un anfiteatro donde están acorralados un millón de turistas y al que llaman club nocturno, llega la encarnación, en un estado policial embalsamado, del sensacionalismo caribeño... No se ven más cubanos que los artistas de variedades carentes del arte de divertir, muchos jóvenes vestidos de ridículos trajes blancos...".)

     Pensando en estos días en el significado de algunas fiestas, recordé que una vez estuve de acuerdo con el narrador de Roth en que básicamente en estas fiestas (y en otras muchas: aniversarios, cumpleaños, patrióticas y religiosas) celebramos el paso del tiempo.
     La navidad se ubicó tan cercana al cambio de año para crear confusión y que el hecho religioso cobrara relevancia. La fiesta es extensa, por tanto, y, como sucede también en carnaval, se producen esas raras mezcolanzas de religiosidad e irreverencia: abetos y sus imitaciones en plástico, exceso inmisericorde de luces, cristos que nacen, cantos edulcorados de todas las tendencias, papánoeles, mariscos, turrones, alcohol, reyes magos y cargos de conciencia. 
     Las personas religiosas, en realidad, no lo toman con la seriedad que se podría esperar; y los que no lo son se unen a la barahúnda de buena gana, con desenfado; ambos grupos intuyendo que es, como he dicho y ha dicho Roth, un festejo que nos da la sensación de comprender algo que en realidad no comprendemos. "El paso del tiempo. Estamos nadando, sumergidos en el tiempo, hasta que al final nos ahogamos y desaparecemos. Esta nadería convertida en un gran acontecimiento".
     Pues eso: felices fiestas.

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