Hoy es uno de esos “días de”; uno que me toca de cerca y tiene, por tanto, connotaciones diferentes a los demás. Porque pasa, por supuesto, que las cosas son importantes depende desde donde se miren.
Y sí, quería escribir algo sobre el autismo, pero: 1- me doy cuenta que tendría que decir demasiadas cosas, que esta entrada sería un extenso soliloquio del que no sacaríamos nada en claro, que no tengo la habilidad para decir lo que querría, que quizás tampoco le interese a usted, por demás; y 2- que hace ya algún tiempo escribí en este mismo espacio lo siguiente:
Estaba tendido junto a su hijo, le acariciaba la cabeza suavemente mientras canturreaba un lullaby celta. Desde que era un bebé le tarareaba aquella musiquilla inquietante y melancólica cuando lo hacía dormir. El hombre rondaba ya los 40 años, el niño apenas los seis.
Dejó de cantar, dejó de acariciarle la cabeza y descansó la palma de su mano en la frente del niño. Por un instante creyó que habría una manera, una posibilidad, una certeza. Cerró los ojos y lo pidió: algo así como que allí y entonces pudieran substituirse uno al otro -quizás sea justo decir que la solicitud era menos comprensible que todo esto-, se le otorgaran a él las trabas que rondaban en la cabeza de su hijo, que lo liberaran de una vez, que los liberaran.
No ocurrió nada.
Y creo que es una de las notas más sinceras que he escrito jamás, y que en ella se dice todo, o sea, nada.
Y eso es suficiente, o más bien todo lo que sería justo decir, todo de lo que soy capaz este "día de", este día que me obliga a pensar, por una vez, en el día en que no esté.
Vencerás dragones |
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